lunes, 28 de diciembre de 2009

La lista de la compra

Mañana fría de ultracongelados, lluvia de maizena y horchata. Los pasillos del mercado son una terminal de un aeropuerto. Las flechas pintadas en los azulejos grises del suelo, los carteles amarillos con letra de frutero, todo te lleva a tu destino sin ganas, sin precio.
Un kilo de rojas manzanas recién enceradas, medio de uvas, póngame unos melocotones tan jugosos como tus labios, y entre tanta fruta y verdura tus manos se mueven rápidas y firmes jugando a ser malabarista.
¿No traes lista? Me mira con sus ojos marrones almendrados y al lado de las piñas hay un letrero con el artículo ofertado. Tequieros a un euro el cuarto, y le pregunto de dónde vienen para ser tan baratos, "Esta mañana han crecido en los estantes, pero no puedo decirte si son dulces o si son amargos"
Lleva el pelo largo recogido en una coleta y su voz es suave y cálida. "Te recomiendo que no los compres, prueba estas fresas" Coge una, la besa y me la ofrece. Su carne se rompe entre los dientes, la intensidad del color, del sabor. Me observa mientras me deleito con su textura. ¿Volverás mañana? me pregunta. Pienso en escalar las montañas de fruta y hacerme hueco entre los calabacines y los tomates para mordisquear sus labios, en tumbarle sobre las lechugas y aplastar con nuestros cuerpos los caquis. "Sí, claro", contesto sin poder mirarle a los ojos. Y con el cambio me regala otra fresa de diez euros la pieza.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Cuento gráfico de Navidad

Andaba pelando patatas para preparar una tortilla para la cena de Nochebuena y al meter la mano en la bolsa para coger un nuevo tubérculo que despellejar, ¡zas!, revelación. No estoy acostumbrada a este tipo de hechos religiosos pero he de reconocer que la visión me paralizó momentáneamente. Dentro de la bolsa se encontraba la "Patata niño Jesús", con sus bracitos, su naricita, con el manto en que debió envolverle la virgen al nacer. Sólo le faltaban los ojitos y la boquita así que, con la ayuda de un rotulador rojo, se los dibujé cuidadosamente. La patata niño Jesús deambuló por mi cocina y protagonizó una novela gráfica, fotos junto a otras patatas, en la encimera, y luego intentó sustituir al niño Jesús de pega del nacimiento que mi madre había puesto en el salón. Como hacía frío y no disponía de una mula y un buey para calentarle, decidí pasarle la bendita tarea a mi perra. Ella cogió a la patata niño Jesús cuidadosamente entre sus colmillos y se lo llevó al sofá pero una vez allí su instinto canibal afloró y tuve que rescatar al bebé de entre sus garras. Después de un buen rato jugando a ser dios con la vida de la patata divina y de lanzarla por la ventana, jugar al frisbee y clavarle las uñas en los ojos hasta que las lagrimitas le rodaban por sus suaves mejillas de patata, me cansé y la coloqué junto a la radio en la entrada. Para ser mi primera revelación, no estuvo nada mal.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Confieso que no leo a Kafka

Tapas negras serigrafiadas con flores en plata y lila. Caracteres góticos y la imagen de un espejo con la silueta de una princesa. Así se vende el nuevo volumen de "Ghostgirl". El segundo libro de Tonya Hurley me gritó desde las estanterías perfectamente colocadas de una conocida tienda y no pude resistir la tentación. La originalidad de la portada, las ilustraciones, la maquetación pulcra y levemente ornamentada de las páginas, ... Cogí el ejemplar y me lo llevé a casa dispuesta a saber qué tipo de aventuras le ocurrirían a Charlotte.
Que los libros para adolescentes deprimidos con tendencias suicidas estén de moda, es un hecho. Que nos guste ver sufrir a la gente en el cine y a través de los libros, es un hecho reconfortante.
Completamente maravillada por el diseño adolescente de la colección me leí el primer tomo y estoy a medias con el segundo y aunque odio profundamente a los jóvenes que cumplen estas características me he dejado llevar por las cenefas, los motivos florales y la tipografía Verdana a tamaño 11.
Charlotte iba al instituto y era una marginada social. Era fea, no tenía amigos y para colmo se había enamorado del chico más popular del instituto. Con este comienzo uno espera un final tipicamente americano en el que la belleza interior importa más que la cantidad de rimmel que sean capaces de soportar tus pestañas. Pero no. Charlotte andaba obnubilada pensando en Damen, que así se llamaba el desafortunado, y se atragantó con un osito de goma. Como siempre andaba sola por los pasillos nadie se percató de que nuestra protagonista no respiraba y la pobre murió de esta extraña y desternillante manera. Así comienza la historia de ghostgirl, la adolescente fantasma deseosa de hacerse un hueco entre la créme de la créme de un instituto cualquiera. Comparte protagonismo con Scarlett, la hermana rara de la chica más guay del insti y novia de Damen, Petula, nombre igual de repugnante que su personaje. Scarlett es la única persona viva con la que Charlotte puede comunicarse. Comienza así su amistad, llena de desencantos, ilusión y compañerismo.
Ghostgirl, el regreso, arranca en el momento en que Charlotte ha pasado a la segunda fase, ya no se encuentra en el mundo de los vivos pero en el de los muertos sigue siendo un cero a la izquierda.
Evidentemente la trama es tan ridícula que ralla la parodia y aunque es muy divertido, el poso de la lectura es más amargo que cálido. Lo mejor, las frases de los comienzos de capítulo y los resúmenes con contenido educativo como por ejemplo:
"La vida no se mide por el número de veces que respiras, sino por el número de momentos que te dejan sin respiración" George Carlin
Y ahora que confieso que no leo a Kafka, que el cine y la literatura barata han hecho mucho daño en las débiles y moldeables mentes de nuestros jóvenes (incluso en las nuestras, véase por ejemplo Sisí emperatríz, La princesa prometida, La bella y la bestia o leáse cualquier novela rosa en el que la protagonista no consiga todo lo que espera) voy a deleitarme con unas paginitas de Ghostgirl, porque aunque la vida parezca una mierda es mejor no estar dispuesto a dejar de soñar que rendirse al aburrimiento perpetuo. Amén.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Líneas

Desenfocado. Equivocado el prisma. Te colocas pacientemente las gafas de no ver. Tal vez no exista puesto que no lo has visto. Odias los cambios permanentes, incontrolablemente duraderos. Ni un segundo más en esa habitación en la que el calor es insoportable. Y recuerdas el sonido de la tierra y después la nada, el reconfortante vacío que llena tu alma de pensamientos vendidos. Trazas una línea recta en un papel amarillo y vas colocando momentos, a ratos ríes, a ratos te cuesta respirar. La línea acaba en hoy, finaliza con el frío y la niebla, muere con promesas que sabías que alguien no podría cumplir. Por eso odias los mañanas con sus curvos y mentirosos interrogantes y amas los ayeres de cartón y contrachapado, porque hoy siempre hay esperanza. Cuando te despiertes todo volverá a ser niebla en tus ojos y tendrás que volver a colocarte tus gafas de no ver. Insoportablemente desenfocado.

sábado, 17 de octubre de 2009

Labios confusos

Nunca confundí tus labios con otros labios. La textura del atardecer, la amargura de los últimos días del verano. No negaré que me gusta besar, que adoro los momentos previos al roce, las miradas intensas, los megustas impregnados en alcohol y saliva. La mano que se desliza por la cintura y atrae mi cuerpo hacia el suyo que espera ansioso la aproximación de mi boca. Dudo por un instante. Tal vez por más de dos instantes. Fluyo y le beso sin más, sólo por ver su reacción, por evadirme, por probarme. Nunca confundí tus labios que los guardo plastificados en el bolsillo. A veces todo es tan fácil y un beso es tan correcto, tan sincrónico, acompasado. ¿Cómo podemos besarnos sin más sin confundirnos con otros labios? Con una mano sujeta mi cintura y con la otra mi pierna, qué cálido, que agradable es sentirse parte de un beso perfecto. Sin pensar en nada, sin esperar nada, sólo su lengua que juega con la mía y sus labios que pellizcan los míos, que me acarician, me salvan. Huyo, corro, equivocándome de dirección, lejos, muy lejos, presa del egoísmo de mis labios confusos que nunca confundieron los tuyos.

jueves, 15 de octubre de 2009

Con uve de beso

Beso se escribe con uve, con esa uve que garabatean los niños en cuartillas cuadriculadas, serpenteando entre los versos y fundiéndose después del lazo con otros caracteres. Con uve de verso. Beso sabe a vacaciones de verano, a sal y arena, a noches largas sin dormir que empiezan y acaban de día. Tus besos son cálidos como el vino, rojos, mojados y al beberte me embriago y pierdo el control. Caigo en el vacío de tus manos, que también se perfilan con uve de beso y una y otra vez vuelvo a vagar entre tus labios. Sabes a vainilla y chocolate, mi boca vacila ante las uves de tu boca, hay tan poco tiempo... Es verdad que somos vulgares, en horizontal y en vertical, que tus besos son violentos y van venciendo las barreras. En pocos minutos mi vestido adorna el suelo y me coloco la venda sobre los ojos. Ni yo soy tu víctima ni tú el vencedor de esta partida. Mi cuerpo vibra, vacío de emociones ajenas a este vínculo en el que todo o nada vale, depende del momento. Como venganza, las palabras son el veneno y los besos con uve que deposito con vicio sobre tus labios, la vacuna. Me sobra el primer sentido, sólo necesito oirte, olerte, tocarte, lamerte, para sentirme viva. Sin voluntad, sin posibilidad de volver atrás y reiniciar las uves, vuelo lejos de tu cuerpo.

martes, 13 de octubre de 2009

Sin Suerte

En el lugar donde todo duerme
descansa sin prisa la Suerte.
Olvidadas las alas sobre la mesilla de noche,
con los restos del lápiz de ojos bajo las pestañas,
se sacude el polvo de su vestido dorado y
empieza el nuevo día con nuevas ilusiones.
Despacio. Se desperezan sus ojos hinchados,
estira las piernas y se coloca los polvos mágicos
en los bolsillos de un salto.
Un par de fornidos duendes la miran desde la cama
y susurran con voz quieta que aún no ha llegado la mañana.
Hay tan poco tiempo... y Suerte sale a la calle y la nieve cae sobre sus hombros desnudos.
Un escalofrío atraviesa su espalda y decide que es hora de cambiar su rumbo.
Saca la agenda de entre los pliegues de su vestido y tacha con una pluma tu nombre y el mío.

domingo, 11 de octubre de 2009

Cuando veía furgonetas blancas

Nuestro cuerpo reacciona ante el miedo de forma intuitiva en situaciones inesperadas. Si una acción repetitiva nos provoca pánico nuestra mente nos prepara para afrontar los cambios. Cuando veía furgonetas blancas acababa de sacarme el carné de conducir. Siempre era el mismo vehículo, siguiendo mis ruedas por el espejo retrovisor izquierdo, muy cerca del ángulo muerto. Si me giraba para enfrentarme a ella cara a cara, se desvanecía en el asfalto. Me daba miedo conducir sola, quedarme tirada en medio de una vía y no saber qué hacer, pero ella estaba allí, acompañándome en el camino a clase, y en los primeros viajes. Al principio me asusté pero poco a poco su presencia me resultó reconfortante, agradable y necesaria. Un lunes decidió dejarme y no volví a verla nunca más.
Cuando veía un vampiro en el metro acababa de empezar la facultad. Era alto, con el pelo muy oscuro y una cicatriz en la cara. La primera vez que me lo encontré lo atisbé por el rabillo del ojo y cuando quise mirarlo directamente se derritió en el andén. Durante meses fuimos juntos a la universidad, siempre sin hablarnos, espiándonos el uno al otro en las estaciones medio vacías. Un miércoles dejé de ir a la facultad en transporte público y lo abandoné en Ciudad Universitaria. Creo que se lo esperaba porque al abandonar la estación me lanzó un beso a través de la ventanilla.
Así perdí la furgoneta blanca, el vampiro, la medalla de plata, la goma de pelo. Ya no los necesitaba.

viernes, 25 de septiembre de 2009

No me gustas nada

Siempre te imaginé vacía y ahora te veo llena de estupideces. No me gusta la gente que vive para los demás, los que hacen porque esperan. Tú reclamas mucho. No me gusta la delgada línea dibujada sobre tus párpados, que feminiza tu androginismo, me enferma tu cuerpo recto con sus movimientos preconfigurados. Eres de papel y pantalla, no de carne y hueso. Cuando miras, no ves, cuando haces, destruyes. No me gusta tu máscara de felpa, entretejida con mentiras y pensamientos robados. Tú no eres tú, por mucho que te vendas y algunos confíen. No me gusta tu mirada turbia, tus pequeños ojos negros, tu diminuta y delgada boca. Me identificaste con el enemigo y me atacaste por la espalda. ¿Qué querías que yo tenía? ¿Qué quisiste robarme? Sentí lástima. No me aportas nada y por eso te saqué de mi vida, pero te empeñas en formar parte de ella. Lo has conseguido. Aquí tienes mi reacción: no me gustas nada.

martes, 15 de septiembre de 2009

Los placeres (inmediatos) de Eva

Eva estaba aburrida. Habían pasado varios días desde que un señor llamado dios le había depositado en aquellas tierras. Había deambulado por los jardines, se había bañado en los ríos y lagos, acariciado los caballos y probado todos los manjares que la naturaleza le brindaba. Eva no se encontraba sola, una criatura macho de su especie le hacía compañía. Parece ser que el señor había fabricado primero a su alter ego y que, como vio que se aburría bastante, después la había creado a ella. Aunque la idea de haber formado parte de Adán antes de nacer pueda parecer muy bonita y romántica, a Eva le producía escalofríos. "Una costilla", se decía mientras se palpaba el costado, "Soy una puta costilla". No hay nada romántico en una costilla. Jugaba a esconderse de Adán, que la contemplaba embelesado como si fuera algo mágico. No había sentido dolor en la extracción de esa parte de su cuerpo y al observar a su hija-compañera-amante, el pecho se le hinchaba de orgullo. Antes de marcharse el señor les había dicho que podían tomar todo lo que quisieran del paraíso salvo los frutos de un árbol: el árbol de la Ciencia del bien y del mal. Hasta ese momento ninguno de los dos se había percatado de su existencia. Había arbustos más frondosos, más altos y productos más atractivos que los que colgaban de sus ramas. Al escuchar la palabra "prohibido" a Eva se le alteró el pulso. Durante un tiempo Adán la mantuvo a raya, algo que no fue fácil pues era muy testaruda, pero llegó un día en el que ella le dio esquinazo jugando al escondite y se acercó al árbol prohibido. Los eruditos dicen que fue una serpiente la que le ofreció el fruto y que pudo más la curiosidad que la lealtad. La verdad es que la manzana estaba ahí y que ella empezó a necesitarla. Agarró una y acarició su piel roja y brillante, se la acercó al rostro y olió el aroma que desprendía. Miro a ambos lados y, como nadie parecía observarla, clavó sus dientes en la carne jugosa y fresca de la manzana. Al masticar y tragar el pedazo Eva entendió muchas cosas:
1. Que estaba desnuda. Teniendo en cuenta que Adán era el único animal de su especie, la diferencia entre estar vestido o desnudo no tenía demasiada importancia.
2. Que moriría. Después de llevar varios días en el paraíso aquella vida le parecía monótona y aburrida, para siempre le parecía mucho tiempo.
3. Que sufriría en el parto. Eva volvió a maldecir a la costilla de Adán y se hizo vegetariana y feminista en ese mismo instante.
4. Inclinación al pecado. ¿Pero no había mordido ya el fruto prohibido?
5. Su cuerpo la iba a exigir más placeres de los que necesitaba: bebida, comida, sexo, comodidad,... lo que se traducía también en una mayor diversión.
6. Para satisfacer esos placeres (todos, no sólo los aumentados tras cometer el pecado) tendría que obtenerlos con el sudor de su frente. Eva no sabía lo que era trabajar así que no le dio mucha importancia a este punto.

Adán, que estaba escondido tras un arbusto, vio que Eva tomaba la manzana y corrió hacia ella. Dio un segundo bocado a la deliciosa fruta y le miró. "No está nada mal este hombre", se dijo. Imaginó que ambos corrían desnudos por la pradera y que él la atrapaba con sus musculosos brazos y la arrojaba sobre la hierba húmeda. Inmediatamente Eva se ruborizó y se cubrió los atributos femeninos con las manos, no porque estuviese desnuda sino porque Adán descubriría que algo en su cuerpo había cambiado y quería que él también lo probase para que satisfaciera sus recién surgidos deseos. Adán dudó pero como no veía a dios por ninguna parte...
Después apareció el dictador que los había abandonado en el paraíso y les castigó por desobedecer sus órdenes, arrojándolos a la tierra.

En cuanto Eva se levantó del suelo y se sacudió la arena de rodillas y manos, se abalanzó sobre Adán y le dijo que quería sexo. Él la regañó por haberle tentado y haber comido del fruto prohibido, pero su enfado duró poco. Él también. Luego sintió hambre y buscó comida, sueño y encontró descanso. Como consecuencia, algunas hijas de Eva han heredado de su madre la tendencia hacia la consecución del placer como fin al identificarlo con el bien y de su padre el echarle la culpa de todo a los demás, sobretodo a sus progenitores.

sábado, 12 de septiembre de 2009

De nuevo 36 grados

Con el aire fresco de septiembre regresaste, jadeante, misterioso. Ella te reconoció por el tacto de tus manos sobre su espalda dormida y el peso de tu liviano cuerpo sobre el suyo. Los fantasmas casi no pesan, pensaba ella. "Bésame, tócame". Ha pasado un año desde tu última visita y ella ya no teme al abrir los ojos y encontrar un rostro que no conoce, sólo quiere sentir la presión de tus dedos en su piel y el calor de tus labios propagándose desde sus pies hasta las entrañas. "Nunca me habías besado", elementos nuevos en el nuevo encuentro después de tantos meses. "Fóllame". Está siendo suave, demasiado suave. Ella se queda fría. Le recordaba tan violento, tan misterioso,... tal vez demasiadas expectativas. "Vuelve mañana, querido" Bajo las sábanas se conforma y piensa en aquel agosto en el que el reloj marcaba 36 grados.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Un punto menos para el diseño

Ayer volví a intentarlo y le puse un fondo negro a toda la apertura de ocio (¡Toma!). Es la cuarta vez que la directora del periódico en el que trabajo sale de su despacho y se dirije a mí, todas por la misma razón.
- "¿Quién ha hecho la página de La vida?"
Silencio sepulcral. Mis compañeros bajan la cabeza y me preparo. Otra vez me toca.
- "Yo"
- "¿No sabes que los fondos negros en nuestro periódico no salen bien? ¿Es que no te acuerdas...?"
Pues claro que me acuerdo señora, pero la he colado ya unos cuantos y no se ha dado ni cuenta. Es que el trabajo me aburre y sólo se me ocurre putear al personal, ¿usted que cree? Eso es lo que me dieron ganas de contestarla o bien que ella está equivocada y que el error de impresión al que se refiere tuvo más que ver con un eps que con un cuadro de imagen de un color determinado. ¿Por qué naranjas al 100% sí y negros no?
En lugar de aquello me limité a mirarla y a seguir con lo que estaba haciendo. Su tono de voz de angustia y enfado fue debilitándose ante nuestra reacción. No podemos explicarla por qué razón aquella página salió mal en Asturias porque tendría que empezar por la definición de eps, de jpg, y unos cursos básicos sobre la imprenta ovetense que, por alguna extraña razón, no imprime en ese formato.
Modifiqué la página con mucho disgusto, estaba realmente orgullosa del resultado final y ahora mi (poca y cada vez menos) creatividad se hallaba cercenada por la teoría absurda de los fondos negros a toda página. Por este tipo de cosas es necesaria la existencia de un jefe de diseño en un periódico. Si no quiere fondos negros que le encarguen la página a otro que no sea ayudante de redacción. En un mes vuelvo a intentarlo.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Vuelve

Pasa el tiempo. No te hagas mayor, te suplico. Me gustas así, nuestras aventuras, tu risa y la mía en una canción sin acordes. ¿Recuerdas las tardes de verano? ¿Cuando me salvaste de los tiranos y te dije que no me importaba cómo acabara todo mientras estuvieses a mi lado? De tus ojos brotaron dos lágrimas, una tuya y otra que debía ser mía. Pasa el tiempo y te echo de menos. No crezcas sin mí. Vuelve.

lunes, 7 de septiembre de 2009

En tonos grises

Ni blanco ni negro. Vete tú a saber qué significa éso. Amanece y al mirar por la ventana los rayos del sol colorean la ciudad pero cuando te observo sólo hay grises, adormecimiento de mis retinas, fallos de conexión entre cerebro y sistema visual. Me lo pienso un segundo antes de tocarte, quizá tu falta de pigmentación sea contagiosa y al mirarme al espejo descubra que yo también he desteñido y mis ojos, mi piel, mis mejillas, mis labios, sean también grises. Te acercas a mi boca, me sujetas por la cintura y cierro los ojos. No quiero ver cómo mis manos cambian de gama al tocarte. La ropa que antes podía protegerme del contacto cae sobre el suelo, tus brazos me han atrapado de nuevo y aprieto los párpados. Noto tu saliva en mi cuello, cómo tus manos me recorren y me aprietan, tus dedos me acarician, me doblegan, entran, salen. El calor es rojo, el deseo es rojo, los colores pierden su importancia y sólo te quiero dentro, no existe nada más en el mundo que este espacio y este momento. Abro un poco los ojos, con miedo, preparada para ver el desvanecimiento del tono de mi cuerpo, fundida con tus grises, pero no parezco distinta. Sin embargo, las partes de tu cuerpo que me han tocado se han coloreado y con ansia te beso, te lamo, te agarro, te abrazo, para contagiarte. Ya no temo el reflejo. Me quedo dormida con tus besos, con tus palabras, en una oscuridad casi absoluta y al despertarme tu cuerpo desnudo ha vuelto a su color habitual y tiemblo al acercarme al espejo. Nada ha cambiado, suspiro aliviada, y vuelvo a tumbarme en la cama y a acariciar tu espalda, tus nalgas, tu torso, tu cara...

jueves, 13 de agosto de 2009

Construir en lugar de derruir

Hay libros que son escritos para ser devorados; otros, por el contrario, nacen para saborearlos lentamente. No me voy a decantarme por ninguno, todo depende del momento y del apetito que se tenga. En estos dos últimos meses he engullido cuatro tomos, con un ansia voraz, olvidándome de las migajas que caían sobre el sofá, el césped o las sábanas. El argumento, las vidas que en las páginas se desvelaban, me alimentaban de tal manera que buscaba cualquier excusa para volver a ellos una y otra vez. Al encontrarme con la última página en blanco me hallaba saciada, completa y con la necesidad de descansar de la lectura en un par de días. Prosa de consumo de primera necesidad cuyo regusto final, si no es de tu agrado, hace que hasta el primer bocado sepa amargo.

Ayer cerré, por fin, después de dos semanas interminables y con un sabor ácido en las papilas, las tapas de "La elegancia del erizo" de Muriel Barbery. Me lo he metido en la boca despacio, saboreando cada frase y depositando las palabras sobre la lengua para sentir su textura, su temperatura y cómo se deslizaban hasta asentarse en el estómago. Si alguna partícula se me escapaba por la comisura de los labios, la recogía cuidadosamente y volvía a repetir el ritual. Qué delicia. Tengo la sensación de que la escritora empezó la obra imaginando un final distinto pero que, llegados a ese punto de la nararción, se sintió culpable y tuvo que justificarse con la última "idea profunda". Si pudiese vomitar ese último capítulo para sacarlo de mi mente... El lector que ha llegado hasta ese punto entiende, no necesita más ni menos, y al digerirlo se convierte en un lector bulímico, extasiado por el sabor del plato pero también terriblemente responsable. Construir en lugar de derruir, para mí esa es la clave. "Vivir, morir no son más que consecuencias de lo que se ha construido. Lo importante es construir bien. Por ello, me he puesto una nueva obligación: voy a dejar de deshacer, de derribar, y me voy a poner a construir, .... lo que cuenta es lo que uno hace en el momento de morir y, el próximo 16 de junio, quiero morir construyendo" Por este motivo me he tragado el último bocado, pese a notar la responsabilidad de Barbery para con el lector en la punta de la lengua y, extrañamente, no ha enturbiado la idea inicial que tenía sobre el volumen. Me queda un recuerdo dulce, suave, persistente en el paladar. Todos deberíamos perseguir instantes que mueren.

domingo, 9 de agosto de 2009

Una ventana, o una puerta

Duelen los brazos, agujereados por minúsculos duendes con lanzas puntiagudas, grita el estómago lleno de cápsulas de colores, los conductos que unen unos órganos con otros se contraen y dilatan mientras me esfuerzo por silenciar el dolor. Duele, ¿has oido? Haz que pare y que deje de mirar esa ventana como una puerta. Lentamente, gota a gota, el líquido acaricia las venas. Ya saben que no miento. Las mismas preguntas, repito sin ganas, sólo haz que pare, no importa qué pasará mañana, ni dentro de dos horas. Me miran extrañados como si mi rostro no reflejase la angustia, por eso creo que piensan que miento. Empiezo a saborear la idea, ¿y si no duele? ¿y si llevan razón? Busco el epicentro pero ningún lugar molesta más que otro, podría meterme la mano en la boca y arrancarme todo lo que encontrara por el camino hasta dar con el problema, y si no hallo nada... pues será que me lo he inventado todo. Me cogen y me miran, me auscultan, me palpan, me toman la temperatura, la tensión, me dan la vuelta, me roban sangre, vuelven a voltearme, soy de trapo y lana, de fieltro y algodón, dócil y sin sonrisa. Sigo pensando que me estoy volviendo loca y, sin embargo, algo ha cambiado en sus miradas. El líquido de la bolsa transparente que me han conectado al brazo derecho cae lentamente y baila con mi sangre a ritmo de tango, lento pero intenso. La ventana comienza a ser borrosa en mis pupilas. Ya saben que no miento.

sábado, 1 de agosto de 2009

Fislandia

Fislandia es el país que se encuentra en la frontera imposible entre Islandia y Finlandia. Lo descubrimos ayer del mismo modo que los astrónomos identifican en el firmamento una nueva estrella y así lo bautizamos. Fislandia tiene forma de lupa y es inútil intentar ver el recorte de sus costas desde un satélite, tal vez porque cuando alguien lo busca intencionadamente se esconde en las profundidades del océano para no ser visto. El clima fislandés es variable y un día hace mucho calor y al siguiente mucho frío, un día los habitantes hacen skitesuf en sus interminables playas y al otro juegan al tenis con los pingüinos para quitarles los pescados que han sacado del mar. Los habitantes de Fislandia son llamados también fisgones y tienen una tendencia casi cruel al marujeo y a los chismes. Son atléticos, altos y muy fuertes por la adaptación al clima, la lucha diaria a muerte con los pingüinos asesinos les han otorgado fuertes brazos para disparar pelotas con las raquetas. Llevan el pelo muy largo para disimular las branquias que les han nacido justo detrás de las orejas para los periodos en los que la isla se encuentra sumergida. Algunos fislandeses tienen la pecualiridad de convertirse en hombres-pez a voluntad propia y atraer con sus cánticos y sus guitarras acuaeléctricas a las mercantes que se atreven a surcar sus mares. En Fislandia no hay mujeres pero se las permite hacer turismo sexual en la etapa estival para el mantenimiento de la especie y las marinos mercantes son siempre bien acogidas en la isla. Dicen que los fislandeses son lo mejores amantes del mundo y que es raro que las visitantes no vean la aurora boreal cuando copulan con ellos, si una mujer no llega al climax con un fislandés inmediatamente un grupo de fisgones le arrojan al foso de los pingüinos asesinos sin su raqueta y le dejan allí hasta que muere.

jueves, 30 de julio de 2009

Al otro lado del espejo

Las noches de verano son eternas. He borrado tres horas en el despertador con una goma blanca y escondido las dos horas siguientes debajo del número 6. Hace calor y cada vez que me despierto a beber agua creo que ya es de día y que el despertador sonará de un momento a otro. Por alguna extraña razón ya estás despierto a las 9:30. He visto tu persiana alzarse desde mi ventana aunque no he podido distinguir tu silueta. Me pica la curiosidad, me gustan los paralelismos. Tu edificio es la imagen del mío en un espejo, tu habitación la mía al otro lado de la calle. Solemos despertarnos al mismo tiempo, pasadas las doce del mediodía, aunque este verano la luz del sol nos molesta tanto que no aguantamos en la cama más allá de las diez. Alguna vez te he observado desde las sombras de mis cortinas por puro aburrimiento y durante la primavera te encontraba en la calle leyendo detrás de mi bloque cuando bajaba a los perros. Ahora yo leo en la piscina y tú dormitas en la sombra a escasos metros de mi toalla.
Rara vez nos saludamos, nunca fuimos amigos aunque nuestros colegios compartían autocar de vuelta a casa y tú seas tal vez sólo dos años mayor. Eres el pequeño de tres hermanos, en el espejo, yo la mayor del mismo número. Me ha apetecido un millón de veces invitarte a un café, sentarme a tu lado y leer algunas líneas de tu libro, caminar en silencio por las calles vacías que nos rodean y despedirnos al llegar a casa a través de la ventana con una linterna. ¿Estás sentado escribiendo en el ordenador al otro lado del espejo?

viernes, 24 de julio de 2009

Lorca

Llevaba aquel vestido blanco largo, el pelo suelto y los pies descalzos. La sala estaba oscura y la única fuente de luz era una vela también blanca que llevaba entre las manos. Caminé por el pasillo hasta la puerta, con el tacto del suelo plastificado acariciándome los pies. Escuché el violín, la música era mi entrada, las manos me temblaban y la llama oscilaba a punto de apagarse. Seguí caminando contando los compases del instrumento de cuerda, recuerdo que toda yo palpitaba, que pensé que la voz no saldría de la garganta al volumen adecuado, que las notas bailarían entre el nerviosismo y el pánico escénico. La primera palabra fue débil y se disolvió en el aire, la segunda intentó buscar un hueco entre los murmullos. Subí los cinco escalones que separaban la zona de butacas del escenario y lentamente me dirigí al fondo donde tenía que encender una mesa llena de velas. La cera escurría por el cirio que sujetaba entre las manos. Noté tu mirada orgullosa entre los cientos de ojos expectantes que escudriñaban cada uno de mis pasos y creí escuchar tus palabras de aplomo en algún lugar de mi cabeza. Estabas ahí, siempre estabas ahí. La nana de Lorca revivió en mis pulmones, en cada verso cantado, con cada lágrima que intentaba no salir de tus ojos. Y canté, vaya si lo hice, mientras la cera caliente caía sobre mis dedos y el niño muerto se desperezaba al escuchar la llamada de su madre. Yo hoy te canto por Lorca, no hace falta que te explique por qué, tú siempre estás ahí.

domingo, 19 de julio de 2009

Página en blanco

Mientras Carlos piensa en garabatear unas líneas en un papel inmaculado, Eduardo está sentado frente a su ordenador buscando un principio para su historia. No es la primera vez que ambos se quedan absortos ante la blancura de la página, Carlos suele acariciarlo, olerlo, dibujar una forma en el aire. Cierra los ojos y proyecta una imagen fija que cobra vida cuando el lápiz se deliza suavemente en líneas rectas y curvas. Eduardo quiere escribir una vida y ultima los detalles en su cabeza, los personajes, el espacio. Acaricia la "A" del teclado del pórtatil. Siempre ha querido empezar una historia con ese caracter y terminarla con la "Z", pero las palabras no le salen y durante horas se queda pensativo. Carlos, Eduardo, y el pánico ante la blancura de la página, ante la suavidad de los instrumentos. Al parpadear el blanco se funde con el negro. En el papel, un paisaje en tonos rojos, naranjas y violetas, con el sol apagándose y escondiéndose tras una loma; en el ordenador: "Atardece, siempre atardece cuando Carlos me mira..."

jueves, 16 de julio de 2009

Contacto

Mil vueltas sobre uno mismo para rozarte. Una moneda de chocolate por tus pensamientos. ¿Dónde empiezan y acaban las puntas de mis dedos? No debería romper el silencio, caen los muros de carga y el suelo se hunde. No tengo miedo cuando la tierra nos traga. Busco el contacto en la arena, en el algodón que nos cubre y lo encuentro. Un paraguas de caramelo por tus sueños.

miércoles, 15 de julio de 2009

Lidia, Tamara y Eva

Os voy a echar de menos porque me gusta escuchar tu voz al otro lado de la mesa mientras hablas por teléfono muy bajito. Me gusta cuando me abrazas y besas mi pelo, cuando te acompaño a casa, cuando llego al trabajo deseando que me cuentes tu fin de semana. Me gusta cuando me llamas un viernes por la noche para que te haga de coartada y me explicas una historia muy enrevesada el lunes mientras nos tomamos un café. Me encantan nuestras risas al unísono, vuestros consejos, las conversaciones entrecortadas que émpiezan y continúan con el inicio de un cigarro en los escalones. Los viajes a Málaga, los futuros a Zaragoza, pelearnos por no querer cerrar Castellón. Me gusta que nos tomásemos aquella copa las dos solas y que entre lágrimas creáramos un vínculo que yo pensaba que nunca podría existir entre nosotras. Algunas lo habeís decidido, otras... Y yo me iría, casi sin pensarlo, donde estuvieseis.

martes, 30 de junio de 2009

Tal vez

Le he invitado a tomar café. Se sentó en el sofá grande, en un extremo, tal vez para que yo ocupase el espacio que había dejado libre a su izquierda, tal vez por inercia. Opté por el sillón individual, más práctico, más cómodo, más lejos. Hablamos durante horas, "eso se nos da bien" dice y le sonrío porque tal vez la frase no vaya con segundas intenciones, o tal vez sí. Me gusta su forma de pensar, muy parecida a la mía, aunque somos como el agua y el aceite, la forma que tiene de mirarme y cómo se justifica si le pregunto por su pasado, por qué hace esto o aquello, siempre intentando encontrar las palabras adecuadas. En algún momento de la conversación realiza un leve acercamiento y me coloca la mano sobre la rodilla que se ha quedado desnuda al cruzar las piernas. Finjo que ese movimiento no ha existido y la aparta lentamente. Tal vez sean imaginaciones mías pero creo que le ha costado dar ese paso, o tal vez fuese un gesto amistoso. No sé por qué cuento mentalmente las veces que intenta acercarse o que se acerca, todo son suposiciones. Después de la rodilla me ha tocado tres veces el brazo y para hacerlo ha tenido que incorporarse sobre la mesa mientras yo permanecía impasible recostada en mi sofá individual. Nos hemos despedido en el portal y me ha pedido que le llamara. Creo que al irse estaba triste o tal vez sólo estaba pensativo, tal vez crea o sepa que no voy a llamarle.

viernes, 26 de junio de 2009

...

La fantasía ha muerto en el acantilado. Tus pies desnudos despiertan con el duro y afilado contacto de las rocas, tus manos se aferran a sus aristas de un modo instintivo. Has llegado al límite, donde la tierra se ha topado con el mar y, asustada, ha detenido su intento de doblegarlo. No hay un paisaje más hermoso que el que tienes ante tus ojos, el mar revuelto, el sol como una pesa atada al cielo que va cerrándose de un color intenso y anaranjado, el dibujo de la costa que se extiende hasta el infinito y el olor de las hierbas, de los árboles, salpicado de sal. Lo atrapas todo en las pupilas y en los pulmones. No piensas en nada, todo es tan mágico que tus pensamientos se han paralizado, y al mismo tiempo sabes que no hay nada más real, que no puede haber nada más real porque tu cuerpo reacciona a cada estímulo. Retrocedes despacio, para no tropezar con las piedras y resbalarte con la vegetación que invade el terreno, y te alejas dando la espalda al inmenso mar, quizás a lo único que sabes que no es fruto de tu imaginación. Cada paso te recuerda lo que dejas atrás, los arañazos en la planta de los pies, el sabor salado de tus antebrazos, el mechón de pelo que se ha escapado y te acaricia la cara y, en cada paso, un nuevo pensamiento nace y se entretiene. Ves a un hombre a caballo, bajando la pradera, a punto de rescatar a mil y una damiselas en apuros. Identificas la sonrisa de la joven que ha decidido tomar las riendas de su vida de una forma apresurada, las arrugas del anciano te cuentan sus días más felices y, sus cicatrices, los más inoportunos. La fantasía cada vez es más nítida y olvidas el temor al vacío, la inmensidad del horizonte que te hace sentirte minúsculo. La fantasía muere y nace en el acantilado, como todo, como nada.

miércoles, 10 de junio de 2009

Justicia

No puedo ni quiero pensar que estamos aquí para matar el tiempo, que la vida discurre sin sentido y que las acciones buenas no serán recompensadas. Dices que la justicia es subjetiva y que no hay actos justos o injustos, sino que son otros, o nosotros mismos, los que les dan o damos ese significado. Crees en la humanidad, en la capacidad del ser humano para poder definirse. Yo prefiero la justicia poética, para mí justicia divina, en la que ningún acto es desconocido para el narrador omnisciente y que antes o después nos es revelado, sin que ningún dios interfiera en mi visión de la dualidad bondad-maldad. No puedo creer en el ser humano pero puedo creer en tí.

El conejo

Seguro que alguna vez te has preguntado si serias capaz de matar. La respuesta parece intuitiva: "-No, bueno, depende, si matasen a toda mi familia ante mis propios ojos y el asesino fuera a clavarme un cuchillo en la yugular y casualmente yo tuviese en la mano..." Eso es defensa propia, no vale. Cuando uno cree que va a morir el instinto de supervivencia prevalece ante cualquier otro, incluso ante el de amaos los unos a los otros que reza en las escrituras bíblicas. Ayer volvía del trabajo y llovía, ligeramente. Me encanta la lluvia cuando hace calor y la tierra pide a gritos que el cielo se apiade de ella y la refresque. Me hubiera gustado tener ya entre mis manos la tercera parte del libro que estoy leyendo y poder arroparme con una manta en la terraza con un café caliente y un paquete de tabaco recién abierto, leer hasta el amanecer con el sonido de la lluvia de fondo. Así que volvía del trabajo pensando si sería capaz de matar, sin objetivos, imaginando las respuestas que darían los que me conocen si alguien les preguntase si tengo tendencias homicidas, simplemente por pasar el rato durante los 24 minutos y 37 segundos que tardo de media en realizar el recorrido trabajo-casa. La mayoría diría que necesitaría un motivo para hacerlo, el resto que soy completamente incapaz de matar a una mosca. Recreo el asesinato perfecto en mi cabeza, una víctima aparentemente al azar, un instrumento de tortura elegido sin premeditación y millones de pistas falsas en la escena del crimen. Debería escoger a la víctima fuera de mi ámbito y jamás intercambiar una palabra con ella. Tendría que investigarla, conocer a sus allegados y hacerme con material genético de todos ellos para luego colocarlos estratégicamente. Después, quemarlo todo. En una ocasión leí que el crimen perfecto no es aquel que nunca fue resuelto, sino el que se resolvió sin dar jamás con el asesino. El sábado atropellé a un conejo, a un precioso conejo q salió a la carretera de pronto sin que me diese tiempo a reaccionar. La cantidad de hierba que habría comido el resto de su vida si no me hubiera cruzado en su camino. ¿Habrá restos de pintura en su diminuta cabecita blanca? ¿Hubo testigos? ¿Cúal es la diferencia entre matar a una mosca y a un conejo?

miércoles, 3 de junio de 2009

La puta voz que me domina

La voz me domina. No puedo evitarlo. Estaba allí sentada, con las ideas claras y un esquema mental bastante acertado de lo que iba a decir, lo que tenía que decir. De pronto salió ella, a borbotones y se apoderó de mi laringe, de mis cuerdas vocales, de mi lengua. Durante un momento me creí capaz de doblegarla pero pronto empezó a hablar y no pude callarla. Ella casi nunca es sincera, no del todo, o tal vez lo sea más que yo misma. Lo sé porque no es la primera vez que la dejo actuar y casi siempre siento pánico porque deja entreveer cosas en las que hasta ese momento no había reparado. La voz suena extraña en mi cabeza y al mismo tiempo es melosa, segura, con segundas y terceras intenciones, no atiende a razones y suele fingir ser mejor persona de lo que es en realidad. Dí lo que has venido a decir o dí lo que sientes, cualquiera de las dos opciones son buenas, la supliqué, pero ella me ignoró por completo. Me hace parecer débil y odio ese sentimiento, es su jugada cuando la reprimo y decide tomar cartas en el asunto. Mientras hablaba me susurraba dulcemente al oido: "Nena, no eres tan tonta, ¿no te has dado cuenta?" y yo contestaba que sí, que le escuchaba, que ya lo sabía, que no era nada nuevo, pero ella insistía "¿de verdad que no te has dado cuenta?", ¿de qué? pensé, "¿aún no lo sabes?" y me dejó allí inmersa en un mar de dudas. ¿Qué es lo que no sé pero debería saber? y una imagen me nubla los ojos y una punzada agradable nace en alguna parte de mi cuerpo. Puta, eso no es. Es una vendedora nata, un agente doble que juega a dos bandos y yo me siento pequeña cuando me atrapa con sus razonamientos porque parece tener transmisión directa con las cosas que empiezan a palpitar pero que aún no son. Y que lógicamente no pueden ser, "no ahora", me repite, no en esta vida, la respondo. La voz depositó una semilla rara que llevaba germinando en el subconsciente un tiempo indeterminado. Ella habló y no me di cuenta de su significado hasta muchas horas después, cuando debía sentir tristeza y no podía encontrarla dentro. ¡Puta!, la grité, no me hagas ésto, otra vez no. Evidentemente, las palabras que ella había dicho en voz alta eran para mí y no para mi interlocutor, empezaba a darme cuenta de la trampa en la que había caido y lo poco que se conoce uno mismo cuando cree que tiene las cosas claras. La voz me ha vuelto a dominar y ahora me encuentro perdida, ya no está sólo lo que debo hacer, lo que tengo que hacer y lo que quiero hacer, una nueva dimensión desconocida completamente ha entrado en escena, millones de pensamientos nuevos que no me atrevo a contemplar, no de momento. Hace tiempo conseguí callarla, creía que lo había hecho para siempre, pero debía yacer oculta bajo un par de aparentes buenas intenciones preparándose para atacar cuando bajase la guardia. "¿No te das cuenta?" me incrimina, "no tengas prisa", y no la contesto porque tengo mucho en qué pensar gracias a su actuación. Tal vez deba darla otra oportunidad y así a lo mejor acabo entendiéndome, porque es obvio que las cosas en mi cabeza no son cómo eran ayer tras escucharla, éso o que me busco unas vías de escape un tanto retorcidas. Veremos qué es lo que pretende porque tiene un montón de cosas malas pero a veces la muy puta acierta.

domingo, 31 de mayo de 2009

X e Y

Cuando X conoció a Y se sintió seducida por la extraña erótica del poder que combina admiración y rechazo a partes iguales. Y lo encarnaba todo, ambición y orgullo, maestría y frialdad, despotismo y una pizca de comprensión hacia los seres inferiores. X era una soñadora empedernida capaz de encontrar el lado bueno a todo lo que la rodeaba, justificaba sus abusos de autoridad con disculpas inventadas por ella misma, y sus contínuas faltas de atención con el peso que Y llevaba sobre sus hombros. Cuando X le veía entrar en la oficina imaginaba que caminaba por el pasillo camino del altar, en una iglesia llena de rosas rojas y que él levantaría el velo de su rostro y depositaría un suave beso sobre sus labios. Cuando Y llegaba al despacho, imaginaba a X con una minifalda negra, apoyada sobre su mesa y un consolador húmedo entrando y saliendo de su sexo mientras ella observaba una fotografía en la que él estaba escalando el Himalaya. Ni ella iba a casarse con él, pues ya estaba felizmente emparejada, ni él había pisado nunca un suelo más salvaje que el de un campo de golf. A la hora de comer Y solía arrojar sobre el archivador blanco un montón de papeles que debían estar clasificados a su vuelta, X utilizaba parcialmente su hora de comer para este menester. Trabajaron juntos cerca de veinte años, hasta que a Y le dio una apoplejía un viernes por la noche. El lunes por la mañana ella llamó a su teléfono móvil, a su casa y a la hora de comer se acercó con un compañero a ver qué había ocurrido y por qué Y no daba señales de vida. Encontró su cuerpo en el sofá, con el mando a distancia de la televisión todavía en su mano derecha. Nunca había entrado en el apartamento aunque una vez tuvo que llevarle unos papeles a altas horas de la noche que él recogió en la puerta sin darle las gracias. La decoración era casi inexistente, los muebles robustos de líneas rectas, no había plantas ni cuadros. X entró en la habitación principal, la cama, una cómoda, una mesilla con un libro y, cerca de la puerta, una caja de madera pintada de grandes dimensiones semiabierta. Al inclinarse para ver su contenido el estómago se le encogió. Reconoció el pañuelo, X lo perdió el verano del 86, la letra pulcra de aquellas cartas arrugadas que ella había escrito y que él había desechado porque según su criterio no eran del todo correctas, las fotografías de las cenas de navidad de cada año en las que ambos brindaban con champán. Se sentó en la cama, apesadumbrada por el descubrimiento y cerró los ojos. Imaginó que Y entraba en la habitación con el torso descubierto y unos pantalones caquis. El sol había tostado su piel y su pelo estaba alborotado. Cuando él dejó caer la mochila en el suelo ella descubrió pequeños arañazos en sus antebrazos. Ella estaba desnuda y él volvía de escalar el Himalaya.

sábado, 30 de mayo de 2009

Arcadia

Echo de menos los verdes prados, los acantilados tras los que se esconden pequeñas playas que sólo conocemos unos pocos, el árbol robusto que emerge de la colina al salir del pueblo. Quiero sentir hoy el olor salado del mar en mi piel tras caminar durante horas por la playa en la que he soñado despierta tantas veces, ver cómo el sol desciende por el horizonte y termina escondiéndose en algún lugar confuso entre el cielo y el mar; sentirme en casa. En definitiva, en eso consiste todo, en encontrar un lugar donde el hogar es más que un refugio y en el que no te cuesta imaginarte con cincuenta años más teniendo la misma cantidad de ilusiones y esperanzas. Fue un flechazo. Confieso que en un primer momento me resistí, pero no pude evitar volver una y otra vez y descubrir el faro, pisar la hierba mojada mientras una ligera lluvia mojaba mi pelo, caminar por los soportales empapada y con el frío calado en los huesos, llegar a casa y esconderme en el sofá amarillo mientras el viento golpeaba las ventanas de cristal y madera. Y en la cama, al mirar al techo, las oscuras vigas de madera en las que colgué estrellas y bolas plateadas, fucsias y azules. La lámpara de hierro forjado que proyectaba sus formas caladas sobre las paredes de la habitación, el olor a café recién hecho y los bollos de la cafetería de abajo, las excursiones en las que no importaba qué camino escoger y a dónde nos llevarían las carreteras secundarias que serpentean entre los Picos de Europa,...
Esta noche, antes de dormir, golpearé tres veces los tacones de mis zapatos y soñaré que vuelvo a casa.

martes, 12 de mayo de 2009

En fase REM, versión 2.0

Esta noche, en sueños, he tomado la iniciativa. Hasta este momento los vivía de forma inconsciente, no podía alterar el orden de las cosas ni hacer lo que me viniese en gana. Los sueños me dominaban, me mataban, me entretenían y yo me dejaba llevar por ellos hasta el final. No voy a mentir, adoro soñar incluso si caigo por un precipio y noto el vacío devorándome, si me persiguen los piratas malvados o te busco por las calles de una ciudad desconocida y no te encuentro. Al despertar, en la comodidad e inmensidad de mi cama, encuentro el equilibrio entre realidad y ficción. Esta noche viajé a una clase de universidad para hacer prácticas en un laboratorio y la historia no iría a más si no fuese porque en mitad del sueño pensé ¿estoy soñando? En ese momento tomé el control y me dije que más me valía que fuese un sueño porque en caso contrario no habría lugar en el mundo que no tuviese vetado.

jueves, 7 de mayo de 2009

Venimos riendo Alex

Si pudiera arreglar nuestros mundos, los que están rotos como las líneas discontínuas de la carretera en ese libro tuyo, no dudes que pondría todas mis fuerzas para juntarlos. Tal vez nos entendemos mejor que ninguna otra persona cuando recibimos malas noticias, cuando la angustia nos desborda y la rabia por no poder entender lo que nos rodea nos supera. Me regalas sonrisas y yo te doy palabras de ánimo. Nuestro teléfono está siempre encendido para salvarnos el uno al otro de días tristes y sin sentido y, entre frases desesperanzadas me hablas de tu pasado, de tus periódicos, de tus médicos, de tu padre el abogado y de tu madre que es como tu hermana. Leemos nuestros cuentos al despertar y luchamos por enterdernos aunque a veces sea difícil. Espero que cuando todo acabe, después de que nuestros mundos estallen en mil pedazos o de que terminen recomponiéndose, podamos seguir compartiendo nuestros días. Creo que el mundo necesita más personas como tú y como yo, porque a veces venimos llorando pero la mayoria venimos riendo a carcajadas.

La diferencia

Hay cambios imperceptibles y cambios que marcan la diferencia.
Todo empezó hace una semana; al despertarme, noté como un leve cosquilleo subía desde la nuca hasta la frente. Fue prácticamente imperceptible debido al sopor del sueño. Al día siguiente, mientras iba a comprar el pan, escuché un pitido que vibraba en mi cabeza, primero muy bajito y luego a un volumen tan elevado que tuve que apoyarme en la pared para no perder el equilibrio. ¿Será eso que algunos llaman conciencia? ¿Por qué hasta ahora no la tenía? Me concentré para callarlo pero sólo pude reducir parcialmente el ruido. Había momentos en que desaparecía y otros en los que millones de sonidos extraños luchaban por encontrar un lugar en mi mente. Intentando ser racional busqué una explicación lógica pero no encontré ninguna que despejase todas mis dudas. Sin duda me estaba volviendo loca, completamente tarada, desquiciada, mentalmente enferma, descerebrada y sin antecedentes de esquizofrenia en la familia. Intenté combatir los murmullos durante tres días y finalmente me rendí. En ese instante comencé a escuchar. Voces, algunas conocidas, hablando todas a la vez, confundiéndose y confundiéndome, mintiendo, amando, desvelando secretos, hiriendo. Una de ellas (ésta no tenía eco) se superpuso a todas las demás: "Buenos días, hace un sol estupendo, ¿has bajado a comprar el pan o sólo a tomar un poquito el aire?" La vecina del quinto B me miraba fijamente esperando una respuesta. Iba a contestar pero escuché de nuevo su voz (esta vez con reverberación) preguntándose qué tipo de drogas consumía para haberme quedado en tan mal estado, una lástima con lo lista que parecía de pequeña, se repetía. Sus labios no se movieron pero oí claramente lo que estaba pensando. Decidí ignorar aquella reflexión desafortunada porque, ya era evidente, estaba loca. Cada vez que me cruzaba con alguien me ponía a prueba e intentaba sacar verbalmente la información que sus pensamientos me mostraban. Al quinto día después de sentir el escalofrío recorriendo el medianil de mi cabeza, ya tenía un método de actuación, una regla fija al modo cartesiano, para obtener justo lo que quería de cada persona. Podía aislar una voz y concentrarme en ella e incluso podía orientarla hacia determinados fines. En el sexto día conseguí un ascenso en el trabajo y una importante subida de sueldo gracias a mi locura o nuevo "don" del cual, hoy, no me siento especialmente orgullosa.
Esta mañana, de camino al trabajo, escuché tu voz entre la multitud de voces que rondan desde hace una semana mi cabeza. Guiada por ella cambié de autobús, recorrí tres manzanas y finalmente te encontré hojeando un libro en una tienda. Escondida en la esquina, a escasos 10 metros de tu cuerpo, me sumergí en la historia cuyas letras devoraban tus ojos, saboreando cada palabra, deteniéndome en los puntos y aparte, tomando respiración en los seguidos. Recreé el aroma del papel al pasar las páginas y la textura de las hojas al mojar levemente las yemas de los dedos. Y quise más. Esta vez sin método me adentré en tu cabeza, buscándome sin remordimientos buceé en tus pensamientos más profundos. Recorrí cada minuto de tu día, cada sensación que has tenido, incluso me atreví a escuchar tus sueños. Fui a tu ayer, a la semana pasada, a tu último cumpleaños, al día en el que nos conocimos y que recuerdo como si fuese el primero de mi vida. He escrito todo esto en un pedacito de papel. Con el corazón encogido entraré en la tienda y te diré que te quiero. Pondré mi índice sobre tus labios, meteré la nota en las páginas del libro que tienes entre las manos y daré media vuelta. Yo no estoy en ellos. Espero que este cambio marque la diferencia.

jueves, 30 de abril de 2009

Fin

Después de lanzar aquella oración apocalíptica esperé. Pasaron los días, las semanas, los meses, el calendario cambió de año y yo no percibí ningún tipo de arrepentimiento en sus ojos. Puede que tenga la necesidad de decir siempre la última frase y, por eso, esperaba que una pequeña duda me permitiera finalizar de nuevo la conversación. Hay detalles que a uno le molestan incluso cuando sólo desea que le den eso, la dichosa razón. No quiero nada más, cada uno tiene sus estigmas, sus necesidades y sus caprichos. Déjame acabar la maldita frase.

lunes, 20 de abril de 2009

Radiografía del ruso

Cuando el ruso camina las chicas nos damos la vuelta para verle desde todos los ángulos. Tiene una belleza que no da qué pensar, sobre la que no reflexionas porque todos los elementos de su rostro están en perfecta armonía. El ruso pasea con su perro de origen exótico y nunca parece tener prisa. Sus pasos son calmados, casi sin cadencia, y su mirada inexpresiva y fría. Nunca he escuchado su voz pero debe sonar metálica y un poco dulzona, como un xilófono con las teclas de madera. No cabe duda, ha heredado la belleza de su madre, sus ojos grises, su pelo castaño claro, su piel blanca de porcelana, y algunas otras cosas no tan buenas de su padre. Su nombre suena a esclavo, sabe a cadenas al pronunciarlo despacio con la lengua pegada a los dientes y a los labios. Es casi un susurro y puede confundirse con el sonido del viento. El ruso es un misterio que nadie quiere descubrir porque perdería el encanto previo, porque le falta todavía una década de mundanidad y le falta una chispa de locura. Nada parece encenderse en el interior del pecho del ruso.

viernes, 3 de abril de 2009

Una de piratas. En fase REM

Ayer tuve un sueño bastante extraño al que ando buscando una explicación. Siempre me ocurre lo mismo, me despierto sobresaltada por algo, me meto en la ducha y de pronto los detalles cobran sentido y forman una historia, a veces coherente, otras inconexa. Los escenarios se solapan, el tiempo se detiene, los personajes actúan a su libre albedrío y yo no controlo nada de lo que sucede alrededor. Es como la vida real pero sin la parte real. Me gusta analizar los sueños, descubrir mis miedos y mis deseos en tercera persona, uno suele aprender bastante de sí mismo si consigue encontrar la razón del sueño y se olvida un momento de los detalles superflúos. En el sueño de ayer aparezco en una habitación de un caserón medio derruído. Se que mi amado (lo llamaremos así por hacerlo de algún modo, aunque desconozco su rostro y su voz, y tampoco tiene mayor importancia en el sueño) también está preso (o quizá muerto) en el mismo lugar. Decenas de ojos me escudriñan, estoy rodeada, y pregunto por él, si está vivo o muerto. Nadie me responde. Son piratas pero podrían ser cualquier otra cosa: calzones bicolor, grandes cinturones, camisas blancas y gorros estúpidos. Yo llevo pantalones, una camisa blanca y una especie de chaleco de un material pesado y muy duro de color marrón. De pronto aparece él, jefe o capitán de esos piratas obedientes y estúpidos que parecen temerme y al que reconozco, aunque en vigilia no encuentro explicación. Sin mediar palabra me golpea con los puños, me arroja al suelo y comienza a darme patadas mientras sus secuaces se relamen los labios y profieren grititos de satisfacción. Me coge del chaleco y me arrastra hasta las escaleras, me empuja, me pisa una y otra vez, hasta que llego a otra habitación que parece un establo. Allí hay más piratas y el jefe mira como lágrimas y sangre ruedan por mi rostro en silencio. Me arrastro hacia el fondo de la sala y se acerca. Bajo la mirada y me sujeta la barbilla, me retira cuidadosamente el pelo de la cara y me besa con dolor. Siento naúseas, ira, y se que mi momento se acerca. No hay esperanzas de ver a mi amado con vida, no rezo, no suplico, miro a los hombres que me han hecho cautiva, algunos sienten lástima y miran hacia otro lado cuando nuestras miradas se cruzan, otros esperan ver correr el resto de mi sangre por el suelo del establo. Me duele todo el cuerpo. Un par de rayos de luz entran por una puertecita a unos cuatro metros de donde me hallo, una puerta de madera medio desvencijada que está tan cerca de mí... pero no la miro, mis ojos siguen clavados en el jefe que ya no dice nada. ¡Mátala! ¡Acaba con ella! No me había percatado del ruido, de las voces de los hombres pidiendo mi cabeza y su duda de qué hacer ahora conmigo. Busco entre los hombres que están más pegados a la puertecita de madera una mirada de compasión, y un fuerte pirata de ojos negros me la devuelve con ternura. Por favor, susurro aunque se que no puede oirme, pero con suerte pueda leerme los labios. Asiente. El bullicio es mayor y todos miran al capitán y él les calma. Es el momento. Me levanto de un salto aunque los huesos parecen desquebrajarse bajo mi piel y me lanzo hacia la puerta que cede bajo mi peso. El sol ciega mis ojos hinchados y hay un grupo de mujeres que están vendiendo frutas y telas bajo unos árboles. El jefe grita que me detengan y ellas me miran mientras continúan colocando el género sobre manteles de colores. Vuelvo a levantarme y corro con todas mis fuerzas. Noto la respiración entrecortada de los piratas a escasos metros de mi nuca, oigo sus pesadas botas retumbar sobre la tierra. Me tiemblan las piernas, me arden los brazos y consigo arrancarme el chaleco que ha empezado a pesarme como si fuera de hierro. En línea recta hay un parque lleno de gente, de niños jugando a la pelota, de parejas tomado el sol en los bancos. Si llego al parque... (parece que los piratas no tienen jurisdicción en los parques modernos, es su línea fronteriza marítima) y salto el seto que lo rodea, la hierba está mojada. Soy libre y sigo corriendo sin volver la vistra atrás. Me he escapado y soy libre.

viernes, 13 de marzo de 2009

Recuerdos

Todas las palabras se las ha llevado el viento. Te busqué tantas veces en aquella sala en la que ya no estabas, deseando encontrarme con tu risa, dibujando tu silueta en mi cabeza, acariciando tu cálido abrazo en el aire que me rodeaba... Te busqué tantas veces en mis sueños, corriendo por las calles por las que me llevabas de la mano, detenida en el escaparate donde compramos aquel vestido negro de flores que aún conservo, observándome con cuidadoso mimo. Durante meses busqué tus ojos en los vagones del metro y al doblar todas las esquinas y sólo hallé vacío y, sobre todo, silencio. Me queda una rosa negra sin espinas, muchas lágrimas contenidas y un agujero en mi pecho. Todas las palabras se las ha llevado el viento pero aún guardo tus libros, el recuerdo de tu torpe firma sobre el papel, el tacto de tus dedos sobre mi nuca al colocarme la chaqueta. Los desayunos con tostadas y café con leche, el viaje a la playa, las tres juntas saltando las olas, el camisón blanco. Siempre sabías lo que me pasaba, lo que me dolía, lo que me entristecía y cómo arreglarlo sin decir nada. Qué pensamientos tan hermosos me trae el viento cuando ya no puede traerme tus palabras.

miércoles, 11 de marzo de 2009

No pude evitarlo

Ciento cincuenta kilómetros por hora. Las líneas de la autovía bailan y las discontínuas se convierten en una única raya blanca delgada que se desliza suavemente bajo las ruedas del coche. La luna, prácticamente llena, me vigila, me acusa. Sí, he sido yo, murmuro, no pude evitarlo. Puedo ver su dedo inquisidor señalándome, culpándome, diciéndole a todo el mundo dónde me encuentro, hacia dónde voy antes de que yo mismo lo sepa. Me tiemblan las manos, hace ya casi dos horas, y el pulso en mi muñeca sigue acelerado. Tomaré la siguiente salida y conduciré hacia la costa. Salida ciento cincuenta, odio las coincidencias. Reduzco la velocidad, no puedo permitirme el lujo de ser detectado por un radar ni que la policía me pare por rebasar los límites. Intento buscar alguna explicación para lo que he hecho, pero no se me ocurre nada razonable, sólo que no pude evitarlo, ni voces extrañas en mi cabeza ni mensajes de un dios pidiendo justicia. Mi chaqueta aún huele a humo y mis dedos a gasolina a pesar de que estuve en la habitación menos de diez segundos. Por fin comienzo a relajarme y suena el teléfono móvil. La pantalla se ilumina y veo que es un compañero del trabajo. Lo apago. A estas alturas deben saberlo ya todos, la noticia ha debido correr como la pólvora. Sigo conduciendo durante horas, por carreteras secundarias, hasta que el sol me recuerda que todavía no me he acostado y los ojos empiezan a picarme por el cansancio. Unos kilómetros más y paro. Tan sólo unos metros más. Quiero llegar a la ciudad, comprarme un periodico y ver en portada mi obra maestra mientras disfruto de un café cortado y un par de tostadas con mantequilla. Después del desayuno ya meditaré qué pasará con el resto de mi vida, me desharé del móvil, de las tarjetas de crédito, del coche,... La noticia irá en una página impar, seguro, a seis columnas y con tres o cuatro fotos del escenario. Los periodistas intentarán buscar las causas que me han llevado a esta (¿locura?) acción, que si era un trabajador conflictivo, que si pedí un aumento de sueldo que me fue denegado, un fracaso amoroso, un encontronazo con mis jefes o con mis compañeros, excasa vida social,... cuando la única verdad es que lo hice porque quise. Si pudiera escoger el titular sería, sin duda, "No pude evitarlo".

jueves, 26 de febrero de 2009

El sol de febrero

Si se conjuraran Júpiter con Saturno, cayese una estrella fugaz y se alineasen el resto de los planetas seguramente no pasaría nada. Suspiró profundamente mientras los pensamientos orbitaban alrededor de su cabeza.
Llegaba tarde y sus pasos eran más grandes que de costumbre, las calles iban quedándose atrás y el sonido de sus botas en el asfalto se confundían con las voces de los transeúntes. El mundo parecía moverse a distinta velocidad, a veces más rápido, otras como a cámara lenta. El sol de febrero iluminaba su rostro. Era cálido pero con un corazón helado y templaba las semillas que darían fruto en primavera, daba ilusiones a quiénes creían no tenerlas y llenaba de vida la ciudad dormida. Sintió una mirada al aproximarse a su destino. No reconoció a aquel chico que la observaba en la distancia, jamás le había visto y, seguramente, jamás le volvería a ver. Repasó mentalmente las veces que se había quedado absorta mirando algo que luego había resultado ser alguien, pero sus ojos la atravesaban, de arriba a abajo, reteniendo en la memoria cada detalle de su pelo y de su ropa. Estaba ligeramente incómoda y le miró para que notase que se había percatado del gesto. La sonrió y siguió allí parado, en la calle, regalándola una mirada parda semioculta tras unas pestañas negras larguísimas. ¿Has notado eso? estuvo tentada de preguntarle cuando un escalofrío recorrió su cuerpo al rozar su brazo. Sonrió y tres asteroides salieron disparados de su cabeza. Hacía un día precioso y la primavera empezaba a olerse en el aire.

miércoles, 4 de febrero de 2009

La verdadera historia

En mi más tierna infancia mi madre y mis tías me contaron una historia familiar. Era triste pero bonita, y como la fechas parecían coincidir crecí creyéndola a pies juntillas. Cuando mis hermanos me preguntaban sobre nuestro origen yo repetía las mismas palabras, añadiendo algunas imágenes que había recreado en mi cabeza, deteniéndome en los hechos y justificando a cada personaje del cuento como si les hubiera conocido y, por ello, les comprendiera. Años más tarde conocí la verdadera historia, mucho más cruel e injusta, y encontré explicaciones a lo que antes parecía cosa del destino. El por qué de sus manos, su forma de querer, la razón de sus pensamientos, su protección permanente, la obsesión por los olores, ... Ahora todo tiene su sentido y sin embargo, la verdadera historia lo cambia todo y no cambia absolutamente nada. Por ésto nos debemos a nuestro pasado, a nuestro presente y sobre todo a la manera en que afrontamos el futuro.

viernes, 30 de enero de 2009

Mi deuda

Estoy en deuda. La libélula late en mi piel, mensajera de cambios, ansiosa de lluvias interminables y sueños aún por cumplir. Para unos trae buena suerte, para otros desgracias, pero cada hilo de sus alas os pertenece y grita vuestros nombres . Lo compartimos todo, para eso somos como hermanos, y hemos reido, llorado, nos hemos abrazado e imaginado un mundo mejor. He ignorado conscientemente vuestros consejos una infinidad de veces, nos hemos enfadado y a veces os he arrancado algunas lágrimas. He sido Caín y, por ello, reprochada, Abel, y por ello maldecida. He sido la más santa y la más puta, la más segura y la más retraída, el bicho más raro y la persona más cuerda de la sala. Aún así, os amo, por lo que sois, por lo que soy, por lo que seremos, porque todo a vuestro lado parece posible. Si escribo que estoy en deuda es porque a veces me es imposible estar a la altura, sin duda, más de lo que merezco. La libélula podía ser caduca antes de conoceros, antes de compartir nuestras vidas. Todo lo demás parece efímero cuando noto vuestras manos en la espalda, cuando al caminar escucho detrás vuestros pasos, cuando me abrazaís y cuando encuentro consuelo en vuestras voces. Os amo con todo mi corazón y desde lo más profundo de mis entrañas.

jueves, 29 de enero de 2009

El vencedor

El vencedor fue vencido. La última batalla no fue tan dura como la primera, ni lo ojos de sus aliados tan brillantes como el día del desembarco. Se encontraba en una tierra extraña y hóstil donde la hierba era de color pajizo y el sol obligaba a entornar los ojos desde que amanecía hasta que se ocultaba en la fina línea que separaba la tierra del cielo. Estaba solo en aquel campo, y herido, con la única compañía de su espada y una fotografía en el interior de su bota izquierda. Era el único superviviente de los dos bandos, el único que había logrado mantenerse en pie porque luchaba por un motivo real y tangible: volver a casa. Pero pasaron los meses, luego los años y el héroe de guerra fue perdiendo las esperanzas que le habían llevado tan lejos del hogar. El vencedor fue vencido y a nadie le importó que fuese el único cadáver sobre la hierba pajiza que mantenía los ojos clavados en el cielo.

lunes, 19 de enero de 2009

Crack

Me levanto de la cama y suena un chasquido bajo mi piel. Crack. Los brazos están en su lugar, las piernas responden a los estímulos enviados por el cerebro, me palpo para buscar el origen del sonido y nada. Camino despacito, con mucho cuidado y algo tintinea dentro, más rápido si acelero el ritmo, lento si empiezo a detenerme. Me paro. Dejo de sonar. El crujido me es familiar, sé que lo he escuchado antes en algún lugar pero no recuerdo dónde. Frente al espejo me observo con detenimiento y todo parece correcto, dos ojos, una naríz, cuatro extremidades, diez dedos en las manos y diez en los pies. Y al girarme, otra vez crack. Empiezo a pensar que tal vez no sea visible, puede estar ahí dentro, en algún lugar de mi cuerpo que desconozco. Continúo la búsqueda, esta vez con más atención, tengo pulso, me late el corazón, respiro así que los pulmones funcionan, ... Intento no escucharme, me ducho, me visto, salgo a la calle y nadie me mira de un modo raro por lo que supongo que sólo yo puedo oirlo. ¿Seré un autómata que necesita una puesta a punto? ¿Me sentaría mal algo de lo que comí anoche? Pero no me duele nada y no me cuesta moverme, sólo es ese incómodo sonido que empieza a perforar mis tímpanos. ¿Estaré rota? Y recuerdo por qué me era ligeramente familiar. Definitivamente estoy rota, pero todavía no hay dolor. Quiero que acabe el día para ver si mañana puedo sentir algo conocido que me reconforte. Necesito lágrimas, rabia, tristeza y luego culpa, amor y esperanza. No pienses que no te avisé, ya sabías que era una marioneta rota, lo que quieras que signifique eso.