viernes, 26 de marzo de 2010

Fin

Mira cómo el cielo se desploma sobre nuestras cabezas. Es hermoso sentir el final tan cerca. Mientras todo el mundo corre intentando encontrar un lugar donde refugiarse, él se sienta en un banco del parque y contempla el horizonte. ¿Es hermoso, verdad? Rojo como la sangre, caliente como un bollo recién sacado del horno. Terrible y magnéticamente precioso. Los gritos de la gente se acumulan en sus oidos. Despacio, entrad de uno en uno, para que pueda sentir su tono vibrar en mis tímpanos. Ha llegado el final y espera sin remordientos la nada, tranquilo por el camino recorrido, por los momentos y las sonrisas arrancadas. Nunca tuvo fe en ninguna religión que no fuera la propia, y ahora se encontraba contemplando aquella destrucción casi antinatural como si de una pantalla de cine se tratase. Enciende un cigarrillo al que no podrá dar la última calada. Felíz al ver el caos, se desnuda y se echa sobre la hierba seca. Qué inmenso placer al ver el cielo desplomándose sobre su cabeza y el calor con su lengua de fuego devorando su cuerpo.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Solas

La ciudad no es tuya, es mía. Tengo los pies cansados de andarla; los ojos hundidos de adorarla; las manos arañadas de acariciar sus cicatrices. Me duelen los brazos de apretarla por si decidiese huir de mi cobijo en las tardes de tormenta. Las calles huelen a asfalto mojado y a ropa adherida al cuerpo, a colonia y a sudor, a viejos amigos casi olvidados. Como hoy, tú y yo, solas, sin saber hacia dónde caminar y con la mirada clavada en el cielo. ¿Qué me traes hoy? Yo te ofrezco lo de todos los días: mis pies, mis ojos, mis manos.

viernes, 19 de marzo de 2010

Cita con el realismo sucio y con Bukowski

"Cuando el espíritu se desvanece, aparece la forma". Pero Charles no estaba allí, ni en cuerpo ni en alma. No se hallaba entre las escasas sillas del club, ni en las bocas de los jóvenes poetas, ni en las miradas al interior de los tercios semivacíos de cerveza. En su lugar apareció Paco, medio tambaleándose por el local, abriéndose paso entre la gente y mendigando una copa de gin tonic. Paco, que aparenta más de cuarenta años y no debe alcanzar los 35, con su abrigo de paño gris y su chaqueta beige de punto, que besa a las jóvenes en los labios y da palmaditas amistosas a los chavales en los hombros. Entre balbuceo y balbuceo suelta un par de magníficas palabras que podrían hacernos estremecer si él mismo llegase a creérselas. Y luego la niña que imita a la otra chica, con sus versos fáciles y sentimentalistas: amar, crear, anhelar, besar, abrazar... Su mentora levanta la ceja izquierda y desnuda al auditorio con una voz de sábanas aterciopeladas con la que no dice nada, absolutamente nada: seductora mirada, hiriente daga, cálidas manchas, ... pero parece imposible abrazar la forma al escuchar sus palabras. Inés da paso al poeta que escribe sobre cuadros con corbata, aunque esta vez hable de su exmujer, y el espíritu se desvanece a cámara lenta. Y Paco va al baño y vomita, le pide diez euros al chico que está a mi derecha e intenta colarse detrás de la barra. Llega el argentino, con su piercing en la naríz y unos ojos verdes o grises o indefinidos, que me hacen pensar en lluvia y niños perdidos. Este argentino me encanta aunque llore cuando lee, aunque la cadencia de sus poemas sea decadente, un pesimismo optimista, como diría Charles, que ahora se ha asomado por la puerta para escucharlo. Una hermosa chica con rastas y falda larga de pana me saca de mi embobamiento. Es ruidosa, maleducada e insoportable, pienso en sacarle el cerebro, que debe llevarlo cosido a las rastas con unas cintas de colores. Salen un par de "esta es mi primera vez y estoy nervioso", pienso que con suerte también será la última. Paco habla con el camarero y consigue sacarle dos copas, una para él y otra para el tío que le ha prestado el billete. Y finalmente se sube al escenario de piernas de rejilla la yonki, con los ojos inflamados y el pantalón tres tallas por encima de la suya. Parece una drogadicta que quiere desengancharse, amante de heroína y cucharas y mecheros. Su nombre suena a santa pero su poesía huele a destrucción y construcción. De nuevo aparece la forma y se oye a Karl aplaudir desde la última fila. "Me acuesto con muertos", dice y después quiere sentir la noche en sus zapatos mientras recorre las calles vacías de Madrid. En estos momentos me dan ganas de caminar con ella de la mano y saltar en todos los charcos. "...Solo que ahora en vez de ir hacia el tiempo, es el tiempo el que viene hacia nosotros..." (Suerte, de Charles Bukowski)

martes, 16 de marzo de 2010

Demasiado pequeña, mamá

El aire huele como olía mi primer día de colegio.
Hace sol y es septiembre, no conozco a nadie porque hace sólo unos meses que nos hemos mudado. Mi madre me lleva al colegio y me abandona en un aula llena de niños con chándals de colores y las uñas tintadas por plastilina verde. Cuelgo mi chaqueta en la pared y me siento donde me indica la profesora. Mi mochila es amarilla fosforita y de un tacto plástico. Tengo ganas de llorar y quiero irme a casa, pero sé que es demasiado tarde. A las cuatro menos diez tengo que coger la ruta pero no sé dónde cogerla, ni dónde bajarme. Soy demasiado pequeña, mamá, soy demasiado pequeña aún. Todavía no he cumplido los seis años y me tiemblan las piernas. Pienso que perderé el autobús porque me da vergüenza decirle a la profesora que tengo que irme diez minutos antes de que suene el timbre. Imagino que cuando el autobús me suelte en mi calle nadie habrá ido a recogerme y que mi casa estará vacía, que me han abandonado del todo. No puedo llorar en público, no en mi primer día.
El aire huele a macarrones con carne picada, a ceras manley, a tierra y a la hierba que rodea la fuente del patio del colegio. Huele a miedo y a esperanza, a plastilina, a papel pinocho y al primer poema que aprendí en la escuela.

Momentos diabéticos

Estás mintiendo. Lo huelo en cada poro de tu piel, en tu aliento cálido, en el ligero temblor de tus manos. Un ligero parpadeo y ¡zas!, cazado. Fingiré. No he notado una breve duda en la entonación de tu voz, no ha pasado nada. Te esfuerzas en ocultarlo, me esfuerzo en no darme cuenta. ¿Por qué me miras así? Tarta de melocotón, fresas con nata, chocolate con churros. Los nervios te delatan y actúas como si nada te importase, pero al cruzarse nuestras miradas: magdalenas, nubes de algodón, cerezas y espuma de albaricoques. Siento naúseas y me sube repentinamente el azúcar. Te acercas demasiado al hablarme, me inclino ligeramente hacia atrás para evitar el contacto. Peras en almíbar, confitura de moras, ositos de gominola. Salgo corriendo a la calle y un bofetón de realidad me sacude: alquitrán, tabaco, gasolina, orina... por fin estoy en casa.

sábado, 6 de marzo de 2010

Tatiana

Había una vez en una esquina una niña que lloraba. Habían caído de sus ojos 1280 lágrimas saladas. En sus diminutas manos sostenía una vieja muñeca de trapo con el pelo rojo de lana. La niña la miraba y lloraba, la apretaba contra su pecho y suspiraba. Tenía las rodillas manchadas de barro y el vestido verde arrugado sobre las piernas.
- ¿Por qué lloras, pequeña?- preguntó amablemente un señor con un maletín de cuero marrón bajo el brazo.
- Tatiana no respira- musitó ella entre sollozos.
Él la miró desconcertado.
-¿Por qué dices eso? Yo no veo que le pase nada.
La niña le miró amargamente. Era evidente que a Tatiana sí le pasaba algo, la había acariciado todas las mañanas de su vida, había hecho y deshecho sus trenzas cientos de veces, había estado a su lado en sus dos operaciones a vida o muerte cuando su madre había colocado de nuevo sus ojos de botón a su carita blanca.
-Tatiana se muere, ha dejado de respirar y no hay ningún médico que pueda salvarla.
Él se arrodilló junto a ella y tomó delicadamente a la muñeca entre sus manos.
- Es cierto, pequeña, Tatiana se muere.
El señor acariciaba ahora los cabellos de la muñeca y se sintió repentinamente triste y desesperanzado. La niña se levantó del suelo y se limpió las rodillas. Él la vió alejarse calle arriba.
Habia una vez en una esquina un señor con un maletín de cuero marrón que lloraba.

viernes, 5 de marzo de 2010

En dos dimensiones

Me miras como si me entendieses. Te escribo entre líneas pensamientos que no puedes procesar. Escucho la variación en tu voz, que pasa de enfadada a relajada, y pienso que no hay ser humano sobre la faz de la tierra que pueda ser tan estúpido. Lamentablemente el juego ha dejado de ser divertido porque sobrestimé tus cualidades y te dibujé más interesante, más profundo, como en cuatro dimensiones. Pero sobre el papel, con mi lápiz hb eres plano y de líneas rectas. En mi cabeza las curvas y las sombras te otorgaban cierta presencia y voluptuosidad, la realidad ha violado bruscamente mi imaginación que ahora se encuentra confusa y desarraigada. ¿Qué esperabas? ¿Complacencia? ¿No ves cómo los sueños salen y entran disparatadamente de mi cabeza? Quiero mariposas y de tu dibujo sólo salen moscas.

La página 25

No fueron tus palabras, ni tus contínuas atenciones, ni el reflejo del mar en tus ojos marrones. No fue el exceso de alcohol, ni las drogas, ni el olor a hierba mojada en nuestras ropas después de abrazar la tierra en una noche que se me antojaba infinita y borrosa. No puedo decirte que te amase desde el primer momento, ni que lo hiciera años después, tampoco que no me arrepintiera aquella mañana o a la semana siguiente. Ni tu rostro, ni tu voz, ni tus actos. Supe que podría amarte cuando leí tu cuento, y más concretamente, al llegar a la página 25. Había tanta pasión en tu pluma, un futuro tan claro que me convenciste. La celeridad de los acontecimientos, los pensamientos de la protagonista, la identificación tú-yo-ella en cada capítulo. Descubrí que podría quererte, si no lo hacía ya desde la página 24, y también que jamás terminarías aquella historia. Esa fue la razón por la que me enamoré de tí, tu maldito cuento,y que no la acabases el motivo por el que mi llama comenzó a extinguirse. Si buscase una razón de por qué te amé y dejé de amarte sería la dichosa página 25.