martes, 14 de marzo de 2017

El final

A veces, aunque te esfuerces, no sale. Ves el final tan cerca que asusta. Se aproxima lentamente pero no se detiene. Y tú lo sabes pero cierras los ojos porque no quieres que se acabe. Aunque sepas que es lo mejor, la única solución, ahí estás, esperando un giro inexplicable de los acontecimientos. Con unas ganas enormes de llorar, con el estómago agarrotado a la altura del pecho. Y sigues luchando con todas tus fuerzas porque crees que merece la pena aunque el futuro te demuestre lo contrario. Así somos los humanos, luchamos contra las adversidades sabiendo el desenlace aunque haya una posibilidad entre un millón.

martes, 3 de enero de 2017

Pedazos

Hoy vuelvo a estar rota. Intento convencerme a mi misma que todas las piezas encajan, que eso que suena en mis tripas no son trozos de mi alma esparcida en pedazos por todo mi cuerpo. Sonrío, hablo, como un autómata, camino, como, voy al trabajo... y nadie sospecha nada. Hay algo roto en mis conexiones mentales, quiero algo, pienso algo y soy incapaz de comunicarlo. Mi cabeza grita que lo libere, que me deje llevar, "aún no es tarde" me dice. Y mi lengua comienza a articular palabras que nada tienen que ver. Frases que hacen daño, que dan a entender lo contrario a lo que es. Rota, desde siempre, porque no hay culpables ni motivos obvios. Finjo que estoy entera y la mayoría de las veces consigo creerlo. Otras, camino mientras mis pedazos van cayendo al suelo, estrellándose contra el asfalto, con el alma encogida en algún lugar seguro de mi cuerpo. Estoy rota y eso es maravilloso porque nadie más puede romperme.

viernes, 5 de agosto de 2016

Sus nombres

Lloran mis manos de tanto garabatear folios con sus nombres. Hoy he aprendido nuevos términos que utilizo y desgasto en conversaciones que ya he tenido y que volveré a tener. Me siento mayor en este cuerpo que apenas roza los 17. Adulta entre las paredes de carne, músculos y huesos que me envuelven. Y escribo sus nombres como quien hace una lista de la compra, por orden, por prioridades. Mis dedos se quejan, repiten las pautas, pero soy incapaz de soltar el lápiz. Se me olvida un nombre y vuelvo a repasar las hojas del cuaderno, buscándole y recreándome en cada sílaba, en las letras que lo forman. Mis manos lloran pero mi alma no siente nada. Tacho otro nombre de mi lista, seco la sangre de mis dedos y anoto tu nombre en una nueva página.

martes, 26 de julio de 2016

En busca del desequilibrio perfecto

Tiendo al equilibrio. A que la balanza se estabilice en el aire, a una compensación de pesos. Y a veces todo falla, las palabras no dichas no pueden medirse, los hechos por si mismos pueden tener muchos significados y tampoco pueden evaluarse. Y lo busco. En otras frases. En errores del pasado que fracasaron por no ser el momento. Tampoco este lo es. Creo, dudo. Y a veces me empujas sin pretenderlo a encontrar ese equilibrio que no quiero. Porque no lo quiero. No quiero otros manos, ni otros labios, ni otros cuerpos en mi cama ni en la tuya. Ahora mismo no los quiero. Tal vez mañana, la semana que viene o dentro de un año. No se. Quiero este desequilibrio en el que todo vale, en el que no hay promesas, ni futuro, ni dolor. Solo el presente y las horas que se deslizan mientras acaricio tu piel, escucho tu voz o las noches se convierten en días. En algún momento tendré que decidir si este desequilibrio es perfecto o habrá que equilibrarlo de alguna otra manera. Ahora no es el momento.

martes, 28 de junio de 2016

Asustada

Miedo. Estás escondida en la más absoluta oscuridad, con los brazos recogiendo tus piernas y la cabeza oculta entre las rodillas. Quieta, muy quieta por si él escucha el más leve movimiento, el roce de la camiseta contra la mesa, tus zapatillas sobre el parqué o cómo la sangre se desliza por tus venas. Intentas no respirar pero cada vez que coges aire los pulmones no pueden contenerlo. Escuchas sus pasos, firmes, cada vez más cerca. Los dientes te castañean, unas finas gotas de sudor empiezan a aparecer en tu frente. Susurra tu nombre, de esa manera que te obliga a obedecer aunque la mente te esté pidiendo que huyas lo más lejos posible. Encadenada a esa voz, atada a ese cuerpo que te doblega, que te hace querer desaparecer en el abismo más absoluto. Y sin saber cómo, te escuchas a ti misma diciendo "estoy aquí" mientras escuchas su respiración cada vez más cerca.

lunes, 13 de junio de 2016

Flechazo

Soy más de encontrar que de buscar. En trece días se me viene encima el evento del año, ni la crisis, ni las elecciones europeas han causado tantos movimientos en la familia como la boda de mi tía. Discusiones sobre la colocación de las mesas, sobre los trajes de los padrinos, el peinado de la novia, la elección de peluquerías para las invitadas,... Y viajes por turnos a Valladolid, de donde es el novio, para la pueba del vestido y la cata del menú. El sábado nos tocó a las mujeres y en una hora y veinte minutos estábamos en la ciudad, listas para ampliar escotes y recortar faldas. Hay quien aborrece este tipo de encuentros, a mí me fascinan. Las relaciones interpersonales familiares son muy muy interesantes y más aderezadas con unos vinitos y unas cañas. Caminábamos las cuatro, mi madre, mi tía mi prima y yo, por un bonito bulevar vallisoletano, hacia una fuente gigantesca donde habíamos quedado con mi tía. De pronto apareció ella, llena de brillantitos y nos pusimos todas a gritar de entusiasmo y a alabar la maestría del peinado, del maquillaje, con unos cuantos "peros" porque siempre hay algo que pueda mejorarse. Semiperdidas, encontramos la tienda de la modista y comenzó la prueba. "Más escote" dictaban mi madre y su hermana a la costurera, y la señora arremetía aquí y allá, ponía alfileres y nos miraba con odio ál ver cómo destrozábamos su creación y la banalizábamos. Al final, todas contentas, nos dirigimos a un bar a tomar el primer vinito. Mi madre y mi tía parecían encantadas con la elección del local, mientras mi prima y yo cuchicheábamos para saber si estaban notando el olor a porro. Cambiamos de local, de los vinos a las cervezas, qué guapos son los vallisoletanos, unos pinchos de boletus, los pies cansados, unos viejos llamando "guapas"a las dos progenitoras,... Todas hablaban de sus vestidos y yo callada, todavía no lo tengo decidido, y, dispuestas a salvarme la vida, entramos en un millón de tiendas para que no me sintiera una menos. Buscando traje para el evento encontré un vestido de cuero (mejor dicho plástico) pero no lo había en mi talla así que apunté la cadena mentalmente en la cabeza para ir a comprármelo en cuanto llegase a la capital. Más tiendas, menos esperanza, todas volcadas en encontrarme algo bonito y yo me dejaba porque he aprendido con el tiempo que es mejor esperar a que se cansen o a que se aproxime la hora de volver al tren, en este caso. Antes de entrar al tren y pasar el dispositivo de seguridad compramos unas gominolas y así iba yo, con dolor de pies por el tacón de las botas y masticando regalices cuando vi al maquinista. "¿Nos podemos quedar en la estación, mamá?" sugerí mientras mi madre tiraba de mí hacia el vagón dos. Y yo miraba al maquinista y él me miraba a mí. Nos alejábamos y yo volvía la cabeza y él, ahora colgado de una de esas barras metálicas, observaba cómo me iba haciendo cada vez más pequeña en la estación. "Me quiero quedar, qué guapo" Mi madre me miraba raro y dijo algo sobre mis gustos con los hombres que no me terminó de gustar y que, por tanto, no escuché. Qué lástima, con lo bonito que podría haber sido, como una imagen de una película, ...

El domingo, caminando por el centro encontré la cadena de tiendas que vendía el traje de cuero (plástico) y entré a dar una vuelta. Estaba enmismada en la búsqueda cuando un chico me preguntó qué talla había cogido. Le miré sorprendida y me encontré con unos enormes ojos verdes bien acompañados de una nariz recta y una boca carnosa. Le contesté como pude y no con un ¿Qué te importa?, que es lo que normalmente contestaría. Miradita, comentario, comentario, miradita.  En menos de un segundo enrojecí y me costó otro par preguntarle por el vestido de cuero. "Voy a mirar al almacén", contestó, "pero creo que ése no lo tenemos" y me sugirió uno similar en otro tejido. Le expliqué la historia, el flechazo en la tienda de Valladolid. Mis amigas revoloteaban a mi alrededor y una me decía: "¡Anda que has ido a buscar al dependiente feo!" Le contesté que no le había buscado, que me había encontrado él a mí. A los quince minutos apareció en el probador con el modelo en la mano. "¿Es éste el que querías?" Justo lo que quería. 

De más

A veces te echo de más y otras te echo de menos. Palabras que vuelan y no quiero atrapar, que me acarician por la mañana, que arañan mis brazos, que se depositan sobre la ropa cuando oscurece, sólo palabras de más o de menos. Aquel lugar estaba prohibido y, aunque tú no eras tú, entramos, en silencio. Nos miraban sin curiosidad, no éramos los primeros, y sin embargo el miedo hacía temblar mi voz de forma ridícula. Tu risa nerviosa, mi mano buscando un lugar cálido bajo tu camiseta. Te besé con avaricia, para marcar territorio, mientras el dependiente ojeaba el catálogo sin ganas. No levantó la mirada de las páginas manoseadas del ejemplar cuando apoyaste los brazos sobre el mostrador. En este instante lo vi claro, te estaba echando de más. No quería estar allí contigo, ni en ese lugar ni en ningún otro.