lunes, 13 de junio de 2016

Flechazo

Soy más de encontrar que de buscar. En trece días se me viene encima el evento del año, ni la crisis, ni las elecciones europeas han causado tantos movimientos en la familia como la boda de mi tía. Discusiones sobre la colocación de las mesas, sobre los trajes de los padrinos, el peinado de la novia, la elección de peluquerías para las invitadas,... Y viajes por turnos a Valladolid, de donde es el novio, para la pueba del vestido y la cata del menú. El sábado nos tocó a las mujeres y en una hora y veinte minutos estábamos en la ciudad, listas para ampliar escotes y recortar faldas. Hay quien aborrece este tipo de encuentros, a mí me fascinan. Las relaciones interpersonales familiares son muy muy interesantes y más aderezadas con unos vinitos y unas cañas. Caminábamos las cuatro, mi madre, mi tía mi prima y yo, por un bonito bulevar vallisoletano, hacia una fuente gigantesca donde habíamos quedado con mi tía. De pronto apareció ella, llena de brillantitos y nos pusimos todas a gritar de entusiasmo y a alabar la maestría del peinado, del maquillaje, con unos cuantos "peros" porque siempre hay algo que pueda mejorarse. Semiperdidas, encontramos la tienda de la modista y comenzó la prueba. "Más escote" dictaban mi madre y su hermana a la costurera, y la señora arremetía aquí y allá, ponía alfileres y nos miraba con odio ál ver cómo destrozábamos su creación y la banalizábamos. Al final, todas contentas, nos dirigimos a un bar a tomar el primer vinito. Mi madre y mi tía parecían encantadas con la elección del local, mientras mi prima y yo cuchicheábamos para saber si estaban notando el olor a porro. Cambiamos de local, de los vinos a las cervezas, qué guapos son los vallisoletanos, unos pinchos de boletus, los pies cansados, unos viejos llamando "guapas"a las dos progenitoras,... Todas hablaban de sus vestidos y yo callada, todavía no lo tengo decidido, y, dispuestas a salvarme la vida, entramos en un millón de tiendas para que no me sintiera una menos. Buscando traje para el evento encontré un vestido de cuero (mejor dicho plástico) pero no lo había en mi talla así que apunté la cadena mentalmente en la cabeza para ir a comprármelo en cuanto llegase a la capital. Más tiendas, menos esperanza, todas volcadas en encontrarme algo bonito y yo me dejaba porque he aprendido con el tiempo que es mejor esperar a que se cansen o a que se aproxime la hora de volver al tren, en este caso. Antes de entrar al tren y pasar el dispositivo de seguridad compramos unas gominolas y así iba yo, con dolor de pies por el tacón de las botas y masticando regalices cuando vi al maquinista. "¿Nos podemos quedar en la estación, mamá?" sugerí mientras mi madre tiraba de mí hacia el vagón dos. Y yo miraba al maquinista y él me miraba a mí. Nos alejábamos y yo volvía la cabeza y él, ahora colgado de una de esas barras metálicas, observaba cómo me iba haciendo cada vez más pequeña en la estación. "Me quiero quedar, qué guapo" Mi madre me miraba raro y dijo algo sobre mis gustos con los hombres que no me terminó de gustar y que, por tanto, no escuché. Qué lástima, con lo bonito que podría haber sido, como una imagen de una película, ...

El domingo, caminando por el centro encontré la cadena de tiendas que vendía el traje de cuero (plástico) y entré a dar una vuelta. Estaba enmismada en la búsqueda cuando un chico me preguntó qué talla había cogido. Le miré sorprendida y me encontré con unos enormes ojos verdes bien acompañados de una nariz recta y una boca carnosa. Le contesté como pude y no con un ¿Qué te importa?, que es lo que normalmente contestaría. Miradita, comentario, comentario, miradita.  En menos de un segundo enrojecí y me costó otro par preguntarle por el vestido de cuero. "Voy a mirar al almacén", contestó, "pero creo que ése no lo tenemos" y me sugirió uno similar en otro tejido. Le expliqué la historia, el flechazo en la tienda de Valladolid. Mis amigas revoloteaban a mi alrededor y una me decía: "¡Anda que has ido a buscar al dependiente feo!" Le contesté que no le había buscado, que me había encontrado él a mí. A los quince minutos apareció en el probador con el modelo en la mano. "¿Es éste el que querías?" Justo lo que quería. 

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