viernes, 5 de agosto de 2016

Sus nombres

Lloran mis manos de tanto garabatear folios con sus nombres. Hoy he aprendido nuevos términos que utilizo y desgasto en conversaciones que ya he tenido y que volveré a tener. Me siento mayor en este cuerpo que apenas roza los 17. Adulta entre las paredes de carne, músculos y huesos que me envuelven. Y escribo sus nombres como quien hace una lista de la compra, por orden, por prioridades. Mis dedos se quejan, repiten las pautas, pero soy incapaz de soltar el lápiz. Se me olvida un nombre y vuelvo a repasar las hojas del cuaderno, buscándole y recreándome en cada sílaba, en las letras que lo forman. Mis manos lloran pero mi alma no siente nada. Tacho otro nombre de mi lista, seco la sangre de mis dedos y anoto tu nombre en una nueva página.

martes, 26 de julio de 2016

En busca del desequilibrio perfecto

Tiendo al equilibrio. A que la balanza se estabilice en el aire, a una compensación de pesos. Y a veces todo falla, las palabras no dichas no pueden medirse, los hechos por si mismos pueden tener muchos significados y tampoco pueden evaluarse. Y lo busco. En otras frases. En errores del pasado que fracasaron por no ser el momento. Tampoco este lo es. Creo, dudo. Y a veces me empujas sin pretenderlo a encontrar ese equilibrio que no quiero. Porque no lo quiero. No quiero otros manos, ni otros labios, ni otros cuerpos en mi cama ni en la tuya. Ahora mismo no los quiero. Tal vez mañana, la semana que viene o dentro de un año. No se. Quiero este desequilibrio en el que todo vale, en el que no hay promesas, ni futuro, ni dolor. Solo el presente y las horas que se deslizan mientras acaricio tu piel, escucho tu voz o las noches se convierten en días. En algún momento tendré que decidir si este desequilibrio es perfecto o habrá que equilibrarlo de alguna otra manera. Ahora no es el momento.

martes, 28 de junio de 2016

Asustada

Miedo. Estás escondida en la más absoluta oscuridad, con los brazos recogiendo tus piernas y la cabeza oculta entre las rodillas. Quieta, muy quieta por si él escucha el más leve movimiento, el roce de la camiseta contra la mesa, tus zapatillas sobre el parqué o cómo la sangre se desliza por tus venas. Intentas no respirar pero cada vez que coges aire los pulmones no pueden contenerlo. Escuchas sus pasos, firmes, cada vez más cerca. Los dientes te castañean, unas finas gotas de sudor empiezan a aparecer en tu frente. Susurra tu nombre, de esa manera que te obliga a obedecer aunque la mente te esté pidiendo que huyas lo más lejos posible. Encadenada a esa voz, atada a ese cuerpo que te doblega, que te hace querer desaparecer en el abismo más absoluto. Y sin saber cómo, te escuchas a ti misma diciendo "estoy aquí" mientras escuchas su respiración cada vez más cerca.

lunes, 13 de junio de 2016

Flechazo

Soy más de encontrar que de buscar. En trece días se me viene encima el evento del año, ni la crisis, ni las elecciones europeas han causado tantos movimientos en la familia como la boda de mi tía. Discusiones sobre la colocación de las mesas, sobre los trajes de los padrinos, el peinado de la novia, la elección de peluquerías para las invitadas,... Y viajes por turnos a Valladolid, de donde es el novio, para la pueba del vestido y la cata del menú. El sábado nos tocó a las mujeres y en una hora y veinte minutos estábamos en la ciudad, listas para ampliar escotes y recortar faldas. Hay quien aborrece este tipo de encuentros, a mí me fascinan. Las relaciones interpersonales familiares son muy muy interesantes y más aderezadas con unos vinitos y unas cañas. Caminábamos las cuatro, mi madre, mi tía mi prima y yo, por un bonito bulevar vallisoletano, hacia una fuente gigantesca donde habíamos quedado con mi tía. De pronto apareció ella, llena de brillantitos y nos pusimos todas a gritar de entusiasmo y a alabar la maestría del peinado, del maquillaje, con unos cuantos "peros" porque siempre hay algo que pueda mejorarse. Semiperdidas, encontramos la tienda de la modista y comenzó la prueba. "Más escote" dictaban mi madre y su hermana a la costurera, y la señora arremetía aquí y allá, ponía alfileres y nos miraba con odio ál ver cómo destrozábamos su creación y la banalizábamos. Al final, todas contentas, nos dirigimos a un bar a tomar el primer vinito. Mi madre y mi tía parecían encantadas con la elección del local, mientras mi prima y yo cuchicheábamos para saber si estaban notando el olor a porro. Cambiamos de local, de los vinos a las cervezas, qué guapos son los vallisoletanos, unos pinchos de boletus, los pies cansados, unos viejos llamando "guapas"a las dos progenitoras,... Todas hablaban de sus vestidos y yo callada, todavía no lo tengo decidido, y, dispuestas a salvarme la vida, entramos en un millón de tiendas para que no me sintiera una menos. Buscando traje para el evento encontré un vestido de cuero (mejor dicho plástico) pero no lo había en mi talla así que apunté la cadena mentalmente en la cabeza para ir a comprármelo en cuanto llegase a la capital. Más tiendas, menos esperanza, todas volcadas en encontrarme algo bonito y yo me dejaba porque he aprendido con el tiempo que es mejor esperar a que se cansen o a que se aproxime la hora de volver al tren, en este caso. Antes de entrar al tren y pasar el dispositivo de seguridad compramos unas gominolas y así iba yo, con dolor de pies por el tacón de las botas y masticando regalices cuando vi al maquinista. "¿Nos podemos quedar en la estación, mamá?" sugerí mientras mi madre tiraba de mí hacia el vagón dos. Y yo miraba al maquinista y él me miraba a mí. Nos alejábamos y yo volvía la cabeza y él, ahora colgado de una de esas barras metálicas, observaba cómo me iba haciendo cada vez más pequeña en la estación. "Me quiero quedar, qué guapo" Mi madre me miraba raro y dijo algo sobre mis gustos con los hombres que no me terminó de gustar y que, por tanto, no escuché. Qué lástima, con lo bonito que podría haber sido, como una imagen de una película, ...

El domingo, caminando por el centro encontré la cadena de tiendas que vendía el traje de cuero (plástico) y entré a dar una vuelta. Estaba enmismada en la búsqueda cuando un chico me preguntó qué talla había cogido. Le miré sorprendida y me encontré con unos enormes ojos verdes bien acompañados de una nariz recta y una boca carnosa. Le contesté como pude y no con un ¿Qué te importa?, que es lo que normalmente contestaría. Miradita, comentario, comentario, miradita.  En menos de un segundo enrojecí y me costó otro par preguntarle por el vestido de cuero. "Voy a mirar al almacén", contestó, "pero creo que ése no lo tenemos" y me sugirió uno similar en otro tejido. Le expliqué la historia, el flechazo en la tienda de Valladolid. Mis amigas revoloteaban a mi alrededor y una me decía: "¡Anda que has ido a buscar al dependiente feo!" Le contesté que no le había buscado, que me había encontrado él a mí. A los quince minutos apareció en el probador con el modelo en la mano. "¿Es éste el que querías?" Justo lo que quería. 

De más

A veces te echo de más y otras te echo de menos. Palabras que vuelan y no quiero atrapar, que me acarician por la mañana, que arañan mis brazos, que se depositan sobre la ropa cuando oscurece, sólo palabras de más o de menos. Aquel lugar estaba prohibido y, aunque tú no eras tú, entramos, en silencio. Nos miraban sin curiosidad, no éramos los primeros, y sin embargo el miedo hacía temblar mi voz de forma ridícula. Tu risa nerviosa, mi mano buscando un lugar cálido bajo tu camiseta. Te besé con avaricia, para marcar territorio, mientras el dependiente ojeaba el catálogo sin ganas. No levantó la mirada de las páginas manoseadas del ejemplar cuando apoyaste los brazos sobre el mostrador. En este instante lo vi claro, te estaba echando de más. No quería estar allí contigo, ni en ese lugar ni en ningún otro. 

La cuenta atrás

Preparados, listos,... Ha comenzado la cuenta atrás. Ni estoy preparada ni soy muy lista. No tengo grandes planes, ni ambiciones disparatadas. Soy buena en muchas cosas, genial en ninguna. Puedo fumar y aporrear el teclado a la vez, chuparme el dedo gordo del pie, hacerme la raya del ojo con un eyeliner a la primera, escuchar el bajo de una canción, hablar con los caballos, encontrar excusas, hacer siluetas con el photoshop, el pino puente, cantar una canción sin desafinar, puedo hacer llorar y reir, pedir perdón, dar las gracias, recordar conversaciones enteras, saber lo que llevabas puesto la última vez que te ví, engañarme y engañarte.

La espera

Tengo la fe de un devoto y la esperanza del que aún nada sabe. Cruzo los dedos bajo la mesa, espero y busco en sus rostros la respuesta. Ha sido el primer paso, pequeño y débil, los demás vendrán lanzados.

Muros

Estamos hechos de ilusiones, miedos y recuerdos. Dulces y amargos, cálidos y fríos, parasiempres e instantes efímeros. A veces quieres retroceder hasta ese pequeño momento y revivirlo todo, volver a ver a esa persona, coger sus manos, congelarte en una sonrisa. Otras, desearías borrar una conversación, no coger una llamada y eliminar un final postergado.
Estamos hechos de pasado, presente y futuro, de aciertos y equivocaciones que nos definen, tanto o más que las palabras y los actos. Estamos hechos para rompernos, moldearnos y reconstruirnos. Una nueva capa de pintura blanca sobre el lienzo y vuelta a empezar. No queda más remedio, no hay más opciones. Destruir para construir, derribar para encontrar los cimientos.

viernes, 27 de mayo de 2016

Calor

Me arde la piel. Empieza como un leve cosquilleo en la tripa que va subiendo hasta la boca del estómago. Y allí explosiona, llenándolo todo de calor. Las mejillas ruborizadas, las palmas de las manos ligeramente húmedas, la piel reactiva a cualquier cambio de temperatura y de densidad. Deseo. En estado puro, en las yemas de los dedos, las puntas de mis pies y algún lugar que no alcanzo en la espalda. Te pienso, recorriendo mi cuerpo con tus brazos, tu piel chocando contra la mía, mi lengua buscándote, tus ojos ansiosos en mitad de la habitación. Y no puedo evitarlo, te pienso y el calor vuelve a apoderarse de mi en cualquier lugar y situación. Se me seca la boca al recordarte. No puedo trabajar, no puedo caminar si que el deseo se desate en mi cuerpo y tenga ganas de ser tu presa otra vez. Tus labios, tus manos y el ansia cada vez más nítida llenando cada parcela de mi mente. Acompasados, una y otra vez, con tu mirada clavada en la mía. Tus dedos intentan controlar mis gemidos, y yo no soy dueña de nada que no sea este momento. Encendida, derramada y libre. ¿Repetimos?

viernes, 20 de mayo de 2016

Te has ido y me has dejado sola, con el corazón roto y las manos vacías de caricias. Te has marchado al único lugar al que no podía acompañarte y he tenido que dejarte partir. Pasa el tiempo, muy despacio, arrastrándose por el sofá, la cama y las alfombras de la entrada de nuestro hogar. Hecha pedazos, recordándote en cada rincón, en cada baldosa. Con las lágrimas siempre a punto de desbordarse al pensarte y el corazón encogido de dolor. Hasta siempre pequeña.

miércoles, 18 de mayo de 2016

No vale ser cobarde

Aquí me encuentro, parece que hace años que no escribo nada en este blog. Y así ha sido. Tal vez no tenía nada que decir o quizás no me apetecía compartirlo. La verdad es que muchos utilizan estos espacios siderales para ser leidos, para tener un poco de protagonismo en sus vidas. Yo lo hago como desahogo, lo vomito todo para entenderme, para buscarme y, a veces, también para perderme. Y si en algo soy experta es justo en eso. Llevaba unos años encontrada y ahora... vuelvo a dudar, a sentirme frágil y a querer esconderme. No es fácil, me descontrolo demasiado rápido y pierdo el norte, el sur y los papeles. Y hoy se me ha ido de las manos, otra vez. He querido cerrar los ojos y poder hacer command zeta pero ya no había marcha atrás. Si algo he aprendido con la escasa madurez que me han aportado los 34 es que ya no vale huir, no se puede ser cobarde y cerrar los ojos para no ver, el corazón para no sentir y los puños para no escribir. La marioneta debe seguir cortando sus hilos y caerse para después levantarse. No puede quedarse en el suelo hecha un ovillo y esperar a que todo se solucione solo.