jueves, 30 de abril de 2009

Fin

Después de lanzar aquella oración apocalíptica esperé. Pasaron los días, las semanas, los meses, el calendario cambió de año y yo no percibí ningún tipo de arrepentimiento en sus ojos. Puede que tenga la necesidad de decir siempre la última frase y, por eso, esperaba que una pequeña duda me permitiera finalizar de nuevo la conversación. Hay detalles que a uno le molestan incluso cuando sólo desea que le den eso, la dichosa razón. No quiero nada más, cada uno tiene sus estigmas, sus necesidades y sus caprichos. Déjame acabar la maldita frase.

lunes, 20 de abril de 2009

Radiografía del ruso

Cuando el ruso camina las chicas nos damos la vuelta para verle desde todos los ángulos. Tiene una belleza que no da qué pensar, sobre la que no reflexionas porque todos los elementos de su rostro están en perfecta armonía. El ruso pasea con su perro de origen exótico y nunca parece tener prisa. Sus pasos son calmados, casi sin cadencia, y su mirada inexpresiva y fría. Nunca he escuchado su voz pero debe sonar metálica y un poco dulzona, como un xilófono con las teclas de madera. No cabe duda, ha heredado la belleza de su madre, sus ojos grises, su pelo castaño claro, su piel blanca de porcelana, y algunas otras cosas no tan buenas de su padre. Su nombre suena a esclavo, sabe a cadenas al pronunciarlo despacio con la lengua pegada a los dientes y a los labios. Es casi un susurro y puede confundirse con el sonido del viento. El ruso es un misterio que nadie quiere descubrir porque perdería el encanto previo, porque le falta todavía una década de mundanidad y le falta una chispa de locura. Nada parece encenderse en el interior del pecho del ruso.

viernes, 3 de abril de 2009

Una de piratas. En fase REM

Ayer tuve un sueño bastante extraño al que ando buscando una explicación. Siempre me ocurre lo mismo, me despierto sobresaltada por algo, me meto en la ducha y de pronto los detalles cobran sentido y forman una historia, a veces coherente, otras inconexa. Los escenarios se solapan, el tiempo se detiene, los personajes actúan a su libre albedrío y yo no controlo nada de lo que sucede alrededor. Es como la vida real pero sin la parte real. Me gusta analizar los sueños, descubrir mis miedos y mis deseos en tercera persona, uno suele aprender bastante de sí mismo si consigue encontrar la razón del sueño y se olvida un momento de los detalles superflúos. En el sueño de ayer aparezco en una habitación de un caserón medio derruído. Se que mi amado (lo llamaremos así por hacerlo de algún modo, aunque desconozco su rostro y su voz, y tampoco tiene mayor importancia en el sueño) también está preso (o quizá muerto) en el mismo lugar. Decenas de ojos me escudriñan, estoy rodeada, y pregunto por él, si está vivo o muerto. Nadie me responde. Son piratas pero podrían ser cualquier otra cosa: calzones bicolor, grandes cinturones, camisas blancas y gorros estúpidos. Yo llevo pantalones, una camisa blanca y una especie de chaleco de un material pesado y muy duro de color marrón. De pronto aparece él, jefe o capitán de esos piratas obedientes y estúpidos que parecen temerme y al que reconozco, aunque en vigilia no encuentro explicación. Sin mediar palabra me golpea con los puños, me arroja al suelo y comienza a darme patadas mientras sus secuaces se relamen los labios y profieren grititos de satisfacción. Me coge del chaleco y me arrastra hasta las escaleras, me empuja, me pisa una y otra vez, hasta que llego a otra habitación que parece un establo. Allí hay más piratas y el jefe mira como lágrimas y sangre ruedan por mi rostro en silencio. Me arrastro hacia el fondo de la sala y se acerca. Bajo la mirada y me sujeta la barbilla, me retira cuidadosamente el pelo de la cara y me besa con dolor. Siento naúseas, ira, y se que mi momento se acerca. No hay esperanzas de ver a mi amado con vida, no rezo, no suplico, miro a los hombres que me han hecho cautiva, algunos sienten lástima y miran hacia otro lado cuando nuestras miradas se cruzan, otros esperan ver correr el resto de mi sangre por el suelo del establo. Me duele todo el cuerpo. Un par de rayos de luz entran por una puertecita a unos cuatro metros de donde me hallo, una puerta de madera medio desvencijada que está tan cerca de mí... pero no la miro, mis ojos siguen clavados en el jefe que ya no dice nada. ¡Mátala! ¡Acaba con ella! No me había percatado del ruido, de las voces de los hombres pidiendo mi cabeza y su duda de qué hacer ahora conmigo. Busco entre los hombres que están más pegados a la puertecita de madera una mirada de compasión, y un fuerte pirata de ojos negros me la devuelve con ternura. Por favor, susurro aunque se que no puede oirme, pero con suerte pueda leerme los labios. Asiente. El bullicio es mayor y todos miran al capitán y él les calma. Es el momento. Me levanto de un salto aunque los huesos parecen desquebrajarse bajo mi piel y me lanzo hacia la puerta que cede bajo mi peso. El sol ciega mis ojos hinchados y hay un grupo de mujeres que están vendiendo frutas y telas bajo unos árboles. El jefe grita que me detengan y ellas me miran mientras continúan colocando el género sobre manteles de colores. Vuelvo a levantarme y corro con todas mis fuerzas. Noto la respiración entrecortada de los piratas a escasos metros de mi nuca, oigo sus pesadas botas retumbar sobre la tierra. Me tiemblan las piernas, me arden los brazos y consigo arrancarme el chaleco que ha empezado a pesarme como si fuera de hierro. En línea recta hay un parque lleno de gente, de niños jugando a la pelota, de parejas tomado el sol en los bancos. Si llego al parque... (parece que los piratas no tienen jurisdicción en los parques modernos, es su línea fronteriza marítima) y salto el seto que lo rodea, la hierba está mojada. Soy libre y sigo corriendo sin volver la vistra atrás. Me he escapado y soy libre.