jueves, 30 de julio de 2009

Al otro lado del espejo

Las noches de verano son eternas. He borrado tres horas en el despertador con una goma blanca y escondido las dos horas siguientes debajo del número 6. Hace calor y cada vez que me despierto a beber agua creo que ya es de día y que el despertador sonará de un momento a otro. Por alguna extraña razón ya estás despierto a las 9:30. He visto tu persiana alzarse desde mi ventana aunque no he podido distinguir tu silueta. Me pica la curiosidad, me gustan los paralelismos. Tu edificio es la imagen del mío en un espejo, tu habitación la mía al otro lado de la calle. Solemos despertarnos al mismo tiempo, pasadas las doce del mediodía, aunque este verano la luz del sol nos molesta tanto que no aguantamos en la cama más allá de las diez. Alguna vez te he observado desde las sombras de mis cortinas por puro aburrimiento y durante la primavera te encontraba en la calle leyendo detrás de mi bloque cuando bajaba a los perros. Ahora yo leo en la piscina y tú dormitas en la sombra a escasos metros de mi toalla.
Rara vez nos saludamos, nunca fuimos amigos aunque nuestros colegios compartían autocar de vuelta a casa y tú seas tal vez sólo dos años mayor. Eres el pequeño de tres hermanos, en el espejo, yo la mayor del mismo número. Me ha apetecido un millón de veces invitarte a un café, sentarme a tu lado y leer algunas líneas de tu libro, caminar en silencio por las calles vacías que nos rodean y despedirnos al llegar a casa a través de la ventana con una linterna. ¿Estás sentado escribiendo en el ordenador al otro lado del espejo?

viernes, 24 de julio de 2009

Lorca

Llevaba aquel vestido blanco largo, el pelo suelto y los pies descalzos. La sala estaba oscura y la única fuente de luz era una vela también blanca que llevaba entre las manos. Caminé por el pasillo hasta la puerta, con el tacto del suelo plastificado acariciándome los pies. Escuché el violín, la música era mi entrada, las manos me temblaban y la llama oscilaba a punto de apagarse. Seguí caminando contando los compases del instrumento de cuerda, recuerdo que toda yo palpitaba, que pensé que la voz no saldría de la garganta al volumen adecuado, que las notas bailarían entre el nerviosismo y el pánico escénico. La primera palabra fue débil y se disolvió en el aire, la segunda intentó buscar un hueco entre los murmullos. Subí los cinco escalones que separaban la zona de butacas del escenario y lentamente me dirigí al fondo donde tenía que encender una mesa llena de velas. La cera escurría por el cirio que sujetaba entre las manos. Noté tu mirada orgullosa entre los cientos de ojos expectantes que escudriñaban cada uno de mis pasos y creí escuchar tus palabras de aplomo en algún lugar de mi cabeza. Estabas ahí, siempre estabas ahí. La nana de Lorca revivió en mis pulmones, en cada verso cantado, con cada lágrima que intentaba no salir de tus ojos. Y canté, vaya si lo hice, mientras la cera caliente caía sobre mis dedos y el niño muerto se desperezaba al escuchar la llamada de su madre. Yo hoy te canto por Lorca, no hace falta que te explique por qué, tú siempre estás ahí.

domingo, 19 de julio de 2009

Página en blanco

Mientras Carlos piensa en garabatear unas líneas en un papel inmaculado, Eduardo está sentado frente a su ordenador buscando un principio para su historia. No es la primera vez que ambos se quedan absortos ante la blancura de la página, Carlos suele acariciarlo, olerlo, dibujar una forma en el aire. Cierra los ojos y proyecta una imagen fija que cobra vida cuando el lápiz se deliza suavemente en líneas rectas y curvas. Eduardo quiere escribir una vida y ultima los detalles en su cabeza, los personajes, el espacio. Acaricia la "A" del teclado del pórtatil. Siempre ha querido empezar una historia con ese caracter y terminarla con la "Z", pero las palabras no le salen y durante horas se queda pensativo. Carlos, Eduardo, y el pánico ante la blancura de la página, ante la suavidad de los instrumentos. Al parpadear el blanco se funde con el negro. En el papel, un paisaje en tonos rojos, naranjas y violetas, con el sol apagándose y escondiéndose tras una loma; en el ordenador: "Atardece, siempre atardece cuando Carlos me mira..."

jueves, 16 de julio de 2009

Contacto

Mil vueltas sobre uno mismo para rozarte. Una moneda de chocolate por tus pensamientos. ¿Dónde empiezan y acaban las puntas de mis dedos? No debería romper el silencio, caen los muros de carga y el suelo se hunde. No tengo miedo cuando la tierra nos traga. Busco el contacto en la arena, en el algodón que nos cubre y lo encuentro. Un paraguas de caramelo por tus sueños.

miércoles, 15 de julio de 2009

Lidia, Tamara y Eva

Os voy a echar de menos porque me gusta escuchar tu voz al otro lado de la mesa mientras hablas por teléfono muy bajito. Me gusta cuando me abrazas y besas mi pelo, cuando te acompaño a casa, cuando llego al trabajo deseando que me cuentes tu fin de semana. Me gusta cuando me llamas un viernes por la noche para que te haga de coartada y me explicas una historia muy enrevesada el lunes mientras nos tomamos un café. Me encantan nuestras risas al unísono, vuestros consejos, las conversaciones entrecortadas que émpiezan y continúan con el inicio de un cigarro en los escalones. Los viajes a Málaga, los futuros a Zaragoza, pelearnos por no querer cerrar Castellón. Me gusta que nos tomásemos aquella copa las dos solas y que entre lágrimas creáramos un vínculo que yo pensaba que nunca podría existir entre nosotras. Algunas lo habeís decidido, otras... Y yo me iría, casi sin pensarlo, donde estuvieseis.