jueves, 13 de agosto de 2009

Construir en lugar de derruir

Hay libros que son escritos para ser devorados; otros, por el contrario, nacen para saborearlos lentamente. No me voy a decantarme por ninguno, todo depende del momento y del apetito que se tenga. En estos dos últimos meses he engullido cuatro tomos, con un ansia voraz, olvidándome de las migajas que caían sobre el sofá, el césped o las sábanas. El argumento, las vidas que en las páginas se desvelaban, me alimentaban de tal manera que buscaba cualquier excusa para volver a ellos una y otra vez. Al encontrarme con la última página en blanco me hallaba saciada, completa y con la necesidad de descansar de la lectura en un par de días. Prosa de consumo de primera necesidad cuyo regusto final, si no es de tu agrado, hace que hasta el primer bocado sepa amargo.

Ayer cerré, por fin, después de dos semanas interminables y con un sabor ácido en las papilas, las tapas de "La elegancia del erizo" de Muriel Barbery. Me lo he metido en la boca despacio, saboreando cada frase y depositando las palabras sobre la lengua para sentir su textura, su temperatura y cómo se deslizaban hasta asentarse en el estómago. Si alguna partícula se me escapaba por la comisura de los labios, la recogía cuidadosamente y volvía a repetir el ritual. Qué delicia. Tengo la sensación de que la escritora empezó la obra imaginando un final distinto pero que, llegados a ese punto de la nararción, se sintió culpable y tuvo que justificarse con la última "idea profunda". Si pudiese vomitar ese último capítulo para sacarlo de mi mente... El lector que ha llegado hasta ese punto entiende, no necesita más ni menos, y al digerirlo se convierte en un lector bulímico, extasiado por el sabor del plato pero también terriblemente responsable. Construir en lugar de derruir, para mí esa es la clave. "Vivir, morir no son más que consecuencias de lo que se ha construido. Lo importante es construir bien. Por ello, me he puesto una nueva obligación: voy a dejar de deshacer, de derribar, y me voy a poner a construir, .... lo que cuenta es lo que uno hace en el momento de morir y, el próximo 16 de junio, quiero morir construyendo" Por este motivo me he tragado el último bocado, pese a notar la responsabilidad de Barbery para con el lector en la punta de la lengua y, extrañamente, no ha enturbiado la idea inicial que tenía sobre el volumen. Me queda un recuerdo dulce, suave, persistente en el paladar. Todos deberíamos perseguir instantes que mueren.

domingo, 9 de agosto de 2009

Una ventana, o una puerta

Duelen los brazos, agujereados por minúsculos duendes con lanzas puntiagudas, grita el estómago lleno de cápsulas de colores, los conductos que unen unos órganos con otros se contraen y dilatan mientras me esfuerzo por silenciar el dolor. Duele, ¿has oido? Haz que pare y que deje de mirar esa ventana como una puerta. Lentamente, gota a gota, el líquido acaricia las venas. Ya saben que no miento. Las mismas preguntas, repito sin ganas, sólo haz que pare, no importa qué pasará mañana, ni dentro de dos horas. Me miran extrañados como si mi rostro no reflejase la angustia, por eso creo que piensan que miento. Empiezo a saborear la idea, ¿y si no duele? ¿y si llevan razón? Busco el epicentro pero ningún lugar molesta más que otro, podría meterme la mano en la boca y arrancarme todo lo que encontrara por el camino hasta dar con el problema, y si no hallo nada... pues será que me lo he inventado todo. Me cogen y me miran, me auscultan, me palpan, me toman la temperatura, la tensión, me dan la vuelta, me roban sangre, vuelven a voltearme, soy de trapo y lana, de fieltro y algodón, dócil y sin sonrisa. Sigo pensando que me estoy volviendo loca y, sin embargo, algo ha cambiado en sus miradas. El líquido de la bolsa transparente que me han conectado al brazo derecho cae lentamente y baila con mi sangre a ritmo de tango, lento pero intenso. La ventana comienza a ser borrosa en mis pupilas. Ya saben que no miento.

sábado, 1 de agosto de 2009

Fislandia

Fislandia es el país que se encuentra en la frontera imposible entre Islandia y Finlandia. Lo descubrimos ayer del mismo modo que los astrónomos identifican en el firmamento una nueva estrella y así lo bautizamos. Fislandia tiene forma de lupa y es inútil intentar ver el recorte de sus costas desde un satélite, tal vez porque cuando alguien lo busca intencionadamente se esconde en las profundidades del océano para no ser visto. El clima fislandés es variable y un día hace mucho calor y al siguiente mucho frío, un día los habitantes hacen skitesuf en sus interminables playas y al otro juegan al tenis con los pingüinos para quitarles los pescados que han sacado del mar. Los habitantes de Fislandia son llamados también fisgones y tienen una tendencia casi cruel al marujeo y a los chismes. Son atléticos, altos y muy fuertes por la adaptación al clima, la lucha diaria a muerte con los pingüinos asesinos les han otorgado fuertes brazos para disparar pelotas con las raquetas. Llevan el pelo muy largo para disimular las branquias que les han nacido justo detrás de las orejas para los periodos en los que la isla se encuentra sumergida. Algunos fislandeses tienen la pecualiridad de convertirse en hombres-pez a voluntad propia y atraer con sus cánticos y sus guitarras acuaeléctricas a las mercantes que se atreven a surcar sus mares. En Fislandia no hay mujeres pero se las permite hacer turismo sexual en la etapa estival para el mantenimiento de la especie y las marinos mercantes son siempre bien acogidas en la isla. Dicen que los fislandeses son lo mejores amantes del mundo y que es raro que las visitantes no vean la aurora boreal cuando copulan con ellos, si una mujer no llega al climax con un fislandés inmediatamente un grupo de fisgones le arrojan al foso de los pingüinos asesinos sin su raqueta y le dejan allí hasta que muere.