domingo, 9 de agosto de 2009

Una ventana, o una puerta

Duelen los brazos, agujereados por minúsculos duendes con lanzas puntiagudas, grita el estómago lleno de cápsulas de colores, los conductos que unen unos órganos con otros se contraen y dilatan mientras me esfuerzo por silenciar el dolor. Duele, ¿has oido? Haz que pare y que deje de mirar esa ventana como una puerta. Lentamente, gota a gota, el líquido acaricia las venas. Ya saben que no miento. Las mismas preguntas, repito sin ganas, sólo haz que pare, no importa qué pasará mañana, ni dentro de dos horas. Me miran extrañados como si mi rostro no reflejase la angustia, por eso creo que piensan que miento. Empiezo a saborear la idea, ¿y si no duele? ¿y si llevan razón? Busco el epicentro pero ningún lugar molesta más que otro, podría meterme la mano en la boca y arrancarme todo lo que encontrara por el camino hasta dar con el problema, y si no hallo nada... pues será que me lo he inventado todo. Me cogen y me miran, me auscultan, me palpan, me toman la temperatura, la tensión, me dan la vuelta, me roban sangre, vuelven a voltearme, soy de trapo y lana, de fieltro y algodón, dócil y sin sonrisa. Sigo pensando que me estoy volviendo loca y, sin embargo, algo ha cambiado en sus miradas. El líquido de la bolsa transparente que me han conectado al brazo derecho cae lentamente y baila con mi sangre a ritmo de tango, lento pero intenso. La ventana comienza a ser borrosa en mis pupilas. Ya saben que no miento.

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