sábado, 17 de octubre de 2009

Labios confusos

Nunca confundí tus labios con otros labios. La textura del atardecer, la amargura de los últimos días del verano. No negaré que me gusta besar, que adoro los momentos previos al roce, las miradas intensas, los megustas impregnados en alcohol y saliva. La mano que se desliza por la cintura y atrae mi cuerpo hacia el suyo que espera ansioso la aproximación de mi boca. Dudo por un instante. Tal vez por más de dos instantes. Fluyo y le beso sin más, sólo por ver su reacción, por evadirme, por probarme. Nunca confundí tus labios que los guardo plastificados en el bolsillo. A veces todo es tan fácil y un beso es tan correcto, tan sincrónico, acompasado. ¿Cómo podemos besarnos sin más sin confundirnos con otros labios? Con una mano sujeta mi cintura y con la otra mi pierna, qué cálido, que agradable es sentirse parte de un beso perfecto. Sin pensar en nada, sin esperar nada, sólo su lengua que juega con la mía y sus labios que pellizcan los míos, que me acarician, me salvan. Huyo, corro, equivocándome de dirección, lejos, muy lejos, presa del egoísmo de mis labios confusos que nunca confundieron los tuyos.

jueves, 15 de octubre de 2009

Con uve de beso

Beso se escribe con uve, con esa uve que garabatean los niños en cuartillas cuadriculadas, serpenteando entre los versos y fundiéndose después del lazo con otros caracteres. Con uve de verso. Beso sabe a vacaciones de verano, a sal y arena, a noches largas sin dormir que empiezan y acaban de día. Tus besos son cálidos como el vino, rojos, mojados y al beberte me embriago y pierdo el control. Caigo en el vacío de tus manos, que también se perfilan con uve de beso y una y otra vez vuelvo a vagar entre tus labios. Sabes a vainilla y chocolate, mi boca vacila ante las uves de tu boca, hay tan poco tiempo... Es verdad que somos vulgares, en horizontal y en vertical, que tus besos son violentos y van venciendo las barreras. En pocos minutos mi vestido adorna el suelo y me coloco la venda sobre los ojos. Ni yo soy tu víctima ni tú el vencedor de esta partida. Mi cuerpo vibra, vacío de emociones ajenas a este vínculo en el que todo o nada vale, depende del momento. Como venganza, las palabras son el veneno y los besos con uve que deposito con vicio sobre tus labios, la vacuna. Me sobra el primer sentido, sólo necesito oirte, olerte, tocarte, lamerte, para sentirme viva. Sin voluntad, sin posibilidad de volver atrás y reiniciar las uves, vuelo lejos de tu cuerpo.

martes, 13 de octubre de 2009

Sin Suerte

En el lugar donde todo duerme
descansa sin prisa la Suerte.
Olvidadas las alas sobre la mesilla de noche,
con los restos del lápiz de ojos bajo las pestañas,
se sacude el polvo de su vestido dorado y
empieza el nuevo día con nuevas ilusiones.
Despacio. Se desperezan sus ojos hinchados,
estira las piernas y se coloca los polvos mágicos
en los bolsillos de un salto.
Un par de fornidos duendes la miran desde la cama
y susurran con voz quieta que aún no ha llegado la mañana.
Hay tan poco tiempo... y Suerte sale a la calle y la nieve cae sobre sus hombros desnudos.
Un escalofrío atraviesa su espalda y decide que es hora de cambiar su rumbo.
Saca la agenda de entre los pliegues de su vestido y tacha con una pluma tu nombre y el mío.

domingo, 11 de octubre de 2009

Cuando veía furgonetas blancas

Nuestro cuerpo reacciona ante el miedo de forma intuitiva en situaciones inesperadas. Si una acción repetitiva nos provoca pánico nuestra mente nos prepara para afrontar los cambios. Cuando veía furgonetas blancas acababa de sacarme el carné de conducir. Siempre era el mismo vehículo, siguiendo mis ruedas por el espejo retrovisor izquierdo, muy cerca del ángulo muerto. Si me giraba para enfrentarme a ella cara a cara, se desvanecía en el asfalto. Me daba miedo conducir sola, quedarme tirada en medio de una vía y no saber qué hacer, pero ella estaba allí, acompañándome en el camino a clase, y en los primeros viajes. Al principio me asusté pero poco a poco su presencia me resultó reconfortante, agradable y necesaria. Un lunes decidió dejarme y no volví a verla nunca más.
Cuando veía un vampiro en el metro acababa de empezar la facultad. Era alto, con el pelo muy oscuro y una cicatriz en la cara. La primera vez que me lo encontré lo atisbé por el rabillo del ojo y cuando quise mirarlo directamente se derritió en el andén. Durante meses fuimos juntos a la universidad, siempre sin hablarnos, espiándonos el uno al otro en las estaciones medio vacías. Un miércoles dejé de ir a la facultad en transporte público y lo abandoné en Ciudad Universitaria. Creo que se lo esperaba porque al abandonar la estación me lanzó un beso a través de la ventanilla.
Así perdí la furgoneta blanca, el vampiro, la medalla de plata, la goma de pelo. Ya no los necesitaba.