sábado, 17 de octubre de 2009

Labios confusos

Nunca confundí tus labios con otros labios. La textura del atardecer, la amargura de los últimos días del verano. No negaré que me gusta besar, que adoro los momentos previos al roce, las miradas intensas, los megustas impregnados en alcohol y saliva. La mano que se desliza por la cintura y atrae mi cuerpo hacia el suyo que espera ansioso la aproximación de mi boca. Dudo por un instante. Tal vez por más de dos instantes. Fluyo y le beso sin más, sólo por ver su reacción, por evadirme, por probarme. Nunca confundí tus labios que los guardo plastificados en el bolsillo. A veces todo es tan fácil y un beso es tan correcto, tan sincrónico, acompasado. ¿Cómo podemos besarnos sin más sin confundirnos con otros labios? Con una mano sujeta mi cintura y con la otra mi pierna, qué cálido, que agradable es sentirse parte de un beso perfecto. Sin pensar en nada, sin esperar nada, sólo su lengua que juega con la mía y sus labios que pellizcan los míos, que me acarician, me salvan. Huyo, corro, equivocándome de dirección, lejos, muy lejos, presa del egoísmo de mis labios confusos que nunca confundieron los tuyos.

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