viernes, 30 de julio de 2010

El gran ojo

Acercas el ojo derecho a la mirilla. Ese gran ojo que todo lo ve. Apuntas a un joven que pasea alegremente por la Gran Vía y disparas. A los pocos segundos, tiempo en que la bala mágica tarda en atravesar las capas de la atmósfera, el muchacho cae al suelo abatido.
-Parece un ataque al corazón- precisa un viandante que estudia el último curso de medicina. Pero ya es tarde, Madrid está atestado de coches y la ambulancia tarda 14 minutos en atender al herido, dos minutos antes y tal vez hubiera tenido otra oportunidad.
Detrás de tí, los pupilos gritan entusiasmados: ¡Maestro, eres un crack!, exclama Miguel, atusándose los rizos rubios y batiendo en el aire su espada romana. ¡Si hubieras llegado antes medicucho en prácticas!, susurra Rafael, ligeramente cabreado por su actuación. ¡Menuda puntería, jefe!, añade Gabriel, que corre a comunicar las hazañas a serafines y querubines.
Tu voz suena hueca en el aire: -Discípulos queridos, girad esa bola del mundo que vamos a elegir a una nueva víctima- La esfera da vueltas y se detiene en mitad de la selva amazónica. Arrimas de nuevo el gran ojo triangular al catalejo. Lo que divisas es a una preciosa niña que juguetea a las orillas del río. Tomas el arma entre tus majestuosas manos y ¡zas!, disparas sin emoción alguna. La pequeña cae al agua y muere ahogada. ¡Viva! ¡Bravo!, corean los arcángeles entusiasmados. - La de cosas pecaminosas y moralmente inaceptables que podría haber hecho esta niña si hubiera crecido- afirma Rafael, satisfecho con la elección. - He visto en sus ojos el pecado primigenio- continúa Miguel, esta vez con la mirada un poco turbia.
Gabriel, apartado del resto, piensa en silencio. Tú te extrañas porque no te ha felicitado por el disparo certero. - ¿Qué opinas de mi nueva hazaña, Gabriel?- le increpas. Él acaricia el pergamino que guarda siempre en el bolsillo izquierdo de su túnica y responde tímidamente: - Maestro, estaba pensando que sería mejor si batiéramos a aquellos que no merecen vivir en lugar de atacar a los que aún no han cometido ninguna atrocidad. Creo que su madre no vería con buenos ojos estos actos de violencia indiscriminada.
Los ángeles mayores y menores han montado un revuelo. Por todo el cielo se escuchan palabras de reproche y le comparan con otro arcángel que, por su soberbia, fue expulsado del gremio. Entre el gentío también se oyen algunas voces discordantes, las que piensan que la situación se está yendo de las manos y apoyan la decisión de Gabriel de no matar a inocentes. Se forman dos bandos cuando un ángel guardián le rompe un ala a un tronos en un arrebato de furia. Y estalla la guerra. Rizos rubios, trompetas, telas doradas, ruedan por el suelo algodonoso que se va tiñendo de sangre. No te inmutas cuando Miguel pide tu ayuda porque un dominio le ha arrebatado la espada y la está blandiendo ante su cara. Vuelves a acercar el ojo que todo lo ve al catalejo buscando una nueva víctima y aprietas el gatillo. Y presionas otra vez y otra vez y otra vez mientras el destino te hace muecas de disgusto. Y una última vez. La sangre cae por tu tez pálida y fina y resbala por tu barba. Los ángeles bajan los puños y te miran asustados. Rafael se acerca y te pregunta: -Maestro ¿Estás bien?. Te atusas las faldas de la túnica y respondes: -Duele.

miércoles, 21 de julio de 2010

Obesión

Las cosas destiñen, se funden los bordes con el contenido, el suelo da vueltas bajo tus pies y no importa nada. El objeto de deseo brilla ante tus ojos con luz propia, lo idealizas, sientes la extraña necesidad de poseerlo. Los colores son más nítidos que hace dos segundos. Crees ver resbalar el sol por sus formas, acariciarlo, el viento lo mece, tus pupilas se dilatan y comienzas a salivar. En ese momento, todo lo demás es anecdótico y puede sustituirse por cualquier elemento sin que te percates de su transformación. Éso, a mi entender, es un flechazo. Hay personas propensas a sufrirlos y hay quienes nunca tuvieron uno. Inevitablemente soy de las primeras y cuando el mundo comienza a temblar me preparo para hacer todo lo posible por hacerme con él. Mentiras, tretas, actos desesperados, todo vale para la consecución del fin. Todo. Adicta y desesperada, con una única misión: conseguirlo. Soy dependiente de mis deseos y, como persona testaruda, pocos objetos brillantes se me han resistido. Sucumbo ante la magia de la luz que los baña, me derrito por acariciarlo y tenerlo entre mis manos. No es amor, es pasión en estado puro sólo comparable a la ambrosía de los dioses. Durante el proceso de la adquisisión los días pasan despacio, los dedos sudan y te obsesionas cada segundo con ello. Tal vez no puedas conciliar el sueño o no puedas hacer planes porque en cualquier momento el elemento purpurinoso vaya a desaparecer o a aparecer y tendrás que dejarlo todo y acudir en su búsqueda. Sentimientos a flor de piel, felicidad absoluta a punto de desmoronarse. Te necesito, te necesito, te necesito. Porque esto no es amor, ya lo decía la cancioncilla destrozaoidos a ritmo de reaggeaton, es pura obsesión. Así que ya me ves, imaginándome la vida entre tus brazos de ladrillo y cemento, cobijada por tus fuertes muros y protegida por tus cimientos. Encaramada a unos tacones vertiginosos para rescatarte del brujo malvado y convencer al príncipe celeste de que soy digna de tus cualidades. Cómo brillas bajo el sol, bajo las estrellas, purpurinosa y mágica.

domingo, 18 de julio de 2010

Déjame

Déjame acariciar el tiempo y modelar estos sueños inacabados mientras aún me queda espacio. Permíteme rectificar, decir de este agua no volveré a beber, que ya he comprobado que me sienta mal y que no aplaca la sed. Mira todo lo que construyo y destruyo, para lo que valgo y lo que no me sirve de nada, el cigarro que consume la tos, la tos que sólo cesa con el cigarro. Déjame volar y caer, ser presa de mis propias mentiras, agarrar tu mano si tropiezo y apartar tus labios de mi mejilla. Permíteme (de nuevo), hablar de tí sin ensuciarte, que tu nombre resbale entre mis dientes y no sentir un peso incómodo entre el pecho y el vientre cada vez que te recuerde. Mira todo lo que he aprendido y sigo aprendiendo, no engaña el color de mis mejillas ni el brillo de los ojos para saber que olvidé lo que debía. No engañan no, ni mis palabras ni mis gestos. Déjame cerrar la puerta y volver a acariciar el tiempo.

miércoles, 7 de julio de 2010

Ya no sufro por amor

Leo "Ya no sufro por amor" de Lucía Etxebarria por recomendación de una amiga. Dependencia emocional, codependencia, adicción al amor, autoestima, autoconcepto y justificaciones estúpidas que todos, alguna que otra vez, nos hemos hecho. Leo, porque lo empecé ayer y estoy en el primer tercio, como lee mi abuelo La Razón, mi padre El Mundo o la vecina del quinto la saga de Stephanie Meyer, sin precaución, autoafirmándome, reconociéndome en las diversas patologías, bien como objeto, bien como protagonista. Desfilan las líneas ante mis retinas y me encabrono con el mundo. Soy mujer, me encuentro en paro y no tengo pareja, ni hijos, ni perspectiva de tener ninguna de las dos últimas cosas. Sin embargo, tengo estudios, bastantes más que mis congéneres masculinos y femeninos, soy sexualmente activa (más o menos, creo que con uno mismo también cuenta) y me considero una persona realizada y bastante felíz. Aspiro a más, ¿quién no?, pero mis inquietudes y deseos van encaminados hacia otros menesteres: independizarme; encontrar un trabajo en el que sea útil, que me guste y que no me absorba; tener tiempo libre para leer, tomar café con mis amigos y pasarme la tarde entera tirada en el sofá con mis perros si no me apetece relacionarme con nadie; acostarme con el propietario de la moto negra que está aparcada junto a la mía; pasear por la playa en silencio con mi mejor amiga/o... Aunque la sociedad sea cambiante y evolucione todavía existen ciertos estigmas que nos martirizan. Veo sus miradas, vuestras miradas, como si fuese un ser fracasado por todas aquellas casualidades que he mencionado anteriormente y que, para nada, me definen. Y estoy cansada, muy cansada, de que me pregunten cuándo voy a echarme novio, si pienso tener criaturas, y que no quieran saber cuál es el último libro que he leído, el último concierto al que he asistido o qué voy a hacer en las próximas semanas, respuestas que me definen mucho más que todas estas estupideces. Ya no sufro por amor es, como afirma la autora, un libro aspirina que, ayuda a entender no sólo el propio comportamiento, sino también el de los otros y enseña a "repararse" o por lo menos a "huir" de situaciones adictivas. Como todo el mundo, yo también sufro por amor, pero no más de lo que sufro por cualquier otra pérdida personal (a saber, una persona querida, una amistad rota o el desgarro de mis pantalones vaqueros preferidos, dependiendo del ser del que me separe). Por todo esto, y porque yo también he pensado "me moriré si Fulanito me deja", "no voy a encontrar a nadie mejor que Menganito porque es el amor de mi vida" durante las primeras horas posteriores al abandono, os recomiendo su lectura que es instructiva y muy divertida; también si eres hombre, macho o anfibio. Por cierto, la semana pasada leí "Verónica decide morir" de Paolo Coelho y "Rapsodia Gourmet" de Muriel Barbery, los dos altamente recomendables.

sábado, 3 de julio de 2010

Formas geométricas

La geometría puede ser tan cruel. Triángulos que enfrentados se buscan, vértices que suspiran y se confunden. Formas que entrecruzadas forman polígonos cóncavos o convexos, estrellas, figuras sin paralelismos con la naturaleza. Relaciones humanas, innatas e innaturales, artificiosas. Como un narrador omnisciente observo: miradas de ron y gominolas, roces involuntarios, acercamientos estudiados hasta el infinito. Ella charla con tres chicos en una sala, él la mira apoyado en el balcón mientras finge estar interesado en alguna conversación sobre política barata. Las risas de brillo de labios, el tono de su voz rebotando en las paredes y las réplicas de sus nuevos amigos, le obligan a cambiar de habitación. Desde otro ángulo del triángulo sigue sus movimientos. Ella nota su mirada clavada entre las luces ténues y los vasos de plástico. Se siente incómoda a pesar de que ya ha pasado el tiempo suficiente, si es que existe alguna medida que evalúe cuando algo es adecuado y cuando deja de serlo. Está sentada delante de un chico tímido, de ojos color cocacola, de piel oscura y pelo azabache. Hablan, ríen, se preguntan. Sus ojos destellean, si ella mira sus manos, él lanza miradas esquivas a su escote. La línea se completa con la llegada de un tercero, un nuevo triángulo se forma frente al ventilador. La conversación se vuelve más banal y el equilátero crece hasta un pentágono. El chico de ojos marrones se retira ante la nueva incorporación. Es hora de marcharse a casa. El tercero le pide el número de teléfono mientras el observador escucha cómo ella le dicta los números a escasos dos metros.
Antes de dormirse, él piensa que debería haberla besado otra vez porque ya no recuerda el sabor de sus labios y reprime los gritos contra la almohada al recordar que un imbécil le pidió el número de teléfono. Éste último cree que debería llamarla para tomarse un café pero que seguramente no lo hará. Ella sueña con los ojos cocacola del chico tímido y el chico tímido, espero que piense en mí antes de cerrar los ojos. La geometría puede ser tan cruel....

La distancia entre nuestros portales

Recuerdo la primera vez que nos cruzamos en la calle. Llegaba tarde a la facultad y te ví en el camino empedrado que une nuestros portales. Nunca supe exactamente la edad que tenías, tampoco lo se ahora. Ibas despacio, con la mochila agarrada en una mano e intentabas no caerte. Tus piernas estaban torcidas hacia dentro y los brazos adoptaban una postura extraña. Me acerqué y te ofrecí mi ayuda. Me agarraste como se enganchan dos señoras mayores que pasean, casi como un pellizco, casi como un ancla a la tierra. Caminamos hasta tu autobús y nos despedimos. Me contaste que era la primera vez que bajabas sola y que tenías miedo de caerte y no poder levantarte. Durante meses nos acompañamos y tú siempre hablabas, despacio y entrecortado, como si tu cuerpo no respondiera lo suficientemente rápido a las órdenes de tu cabeza. Ese verano no volví a cruzarme contigo. Al año siguiente ya no coincidían nuestros horarios, y tampoco al siguiente, ni al otro. Han pasado diez años y hoy te encuentro de nuevo en el camino empedrado, caminando sola, con aplomo. Con la curvatura de tus piernas más tensa, con el bolso agarrado entre los brazos. Me saludas pero sólo porque nos hemos encontrado. No me reconoces pero yo sonrío porque tardas la mitad de tiempo en recorrer nuestros portales, porque caminas con la mirada clavada en el horizonte, porque tus pasos son firmes y tu voz tranquila. Pareces felíz y no puedo evitar que se me escape una lágrima.