sábado, 3 de julio de 2010

La distancia entre nuestros portales

Recuerdo la primera vez que nos cruzamos en la calle. Llegaba tarde a la facultad y te ví en el camino empedrado que une nuestros portales. Nunca supe exactamente la edad que tenías, tampoco lo se ahora. Ibas despacio, con la mochila agarrada en una mano e intentabas no caerte. Tus piernas estaban torcidas hacia dentro y los brazos adoptaban una postura extraña. Me acerqué y te ofrecí mi ayuda. Me agarraste como se enganchan dos señoras mayores que pasean, casi como un pellizco, casi como un ancla a la tierra. Caminamos hasta tu autobús y nos despedimos. Me contaste que era la primera vez que bajabas sola y que tenías miedo de caerte y no poder levantarte. Durante meses nos acompañamos y tú siempre hablabas, despacio y entrecortado, como si tu cuerpo no respondiera lo suficientemente rápido a las órdenes de tu cabeza. Ese verano no volví a cruzarme contigo. Al año siguiente ya no coincidían nuestros horarios, y tampoco al siguiente, ni al otro. Han pasado diez años y hoy te encuentro de nuevo en el camino empedrado, caminando sola, con aplomo. Con la curvatura de tus piernas más tensa, con el bolso agarrado entre los brazos. Me saludas pero sólo porque nos hemos encontrado. No me reconoces pero yo sonrío porque tardas la mitad de tiempo en recorrer nuestros portales, porque caminas con la mirada clavada en el horizonte, porque tus pasos son firmes y tu voz tranquila. Pareces felíz y no puedo evitar que se me escape una lágrima.

No hay comentarios: