lunes, 23 de agosto de 2010

Mil días

Pasaron mil días antes de que deshiciese la maleta de cuero marrón. Estaba apoyada contra la pared y tenía unos cierres metálicos de color cobre. Todos los días la miraba y postergaba la decisión de abrirla para el siguiente. No era su equipaje, no eran sus recuerdos, no era su vida la que se encontraba encerrada entre la piel y los engranajes casi oxidados del bulto que cogía polvo en la habitación. La maleta había pertenecido a otra persona, a alguien que ya nunca más podría deslizar sus dedos por la superficie suave del frontal para hacer más hueco dentro. Llevaba más de siete años sin verla y de pronto recibió una llamada que le paró de golpe la respiración.
Así fue ella, una mujer sin raíces que se fue buscando un sueño.
Hacía siete largos años que había huido de casa con esa misma bolsa debajo del brazo. Se fue sin despedirse, sin lanzar un beso al aire y sin girar la cabeza al alejarse de casa. Siete largos años en los que todos se preguntaron dónde habría ido y en los que nadie acudió en su búsqueda. Su marido se rindió, sus hijas se creyeron culpables de la decisión y sólo algunos rumores mantenían la esperanza de que siguiera viva y regresara. Nunca volvió a casa. Ninguna persona de su nueva vida fue a visitarla al hospital y murió allí sola, ante la mirada triste y desarraigada de dos de sus olvidadas hijas.
Acaricias la maleta de cuero de marrón de tu madre y sopesas las opciones: abrirla o esperar mil días más.

sábado, 21 de agosto de 2010

Arcadia

Siempre vuelvo a tus praderas, a tus montañas, donde los sueños están más cerca y las esperanzas tienen el mismo color que los campos. Brillantes y suaves, aterciopeladas, de un verde tan intenso que araña las pupilas. Camino hacia la playa con mis perras, aspirando el fresco aire que viene de la costa, el olor de la madera que recorre los techos de las casas y las vigas de los porches. Saludo a las gallinas, al gallo tardío que se despierta pasadas las 9, al conejo que frunce la naricilla desde el otro lado de la granja, a los vecinos (de siempre o temporales) que me encuentro en el camino. Pasa un tractor, un señor con una perra vieja, una madre con su hijo, el chico que mira por la ventana mientras se quita las legañas con el dorso de las manos. Me dicen que sólo veo el lado positivo de este lugar, que se me olvidan las lluvias, la humedad, las noches frías de edredón y colcha, el olor a pez en el puerto, a puerto en los bares. Que esta pasión es pasajera, que he buscado refugio del mundo en un pedacito de agua y tierra y que todos los pueblos con los que la comparo también tienen sus cosas buenas. Esos lugares no son míos. Este sitio al que nunca fuiste y nunca irás me pertenece. El sitio al que nunca fuiste invitado. Mi mar, mi brisa, mis árboles, mis anjanas, mi paraíso.

lunes, 9 de agosto de 2010

Calor

Leo "El vencedor está solo" bajo el sol de las primeras horas de la tarde. Me arde la piel, las gotitas de sudor resbalan por la frente y las páginas del libro empiezan a soltarse, en parte por la presión de mis dedos al estirarlas, en parte porque la temperatura ronda los 40 grados y la cola que las une se ha ablandado. Una hormiga de cuerpo rojizo me muerde el costado, un bichito dorado salta desde mi brazo a la rodilla derecha, una mosca inaguantable planea desde el dedo gordo de un pie al meñique del otro. Por alguna extraña razón, el sol se posa en mis rodillas que están mucho más oscuras que el resto de las piernas. Me recoloco el triquini, ese asombroso invento que te tatúa a cachos, media teta morena, media blanca, una lágrima oscura bajo el canalillo, costados y espalda al aire, tripa tapada. Me duelen los brazos de tenerlos en alto, me molestan los codos de apoyarlos sobre la toalla. Camino hacia el agua transparente que refleja los azulejos azules del fondo de la piscina y me zambullo. La piel reacciona ante el agua fresca, las burbujas de aire me hacen cosquillas en la tripa cuando vuelvo a meter el cuerpo en el agua tras haber cogido oxígeno de la superficie. Un par de largos más, me digo a mí misma. Me cruzo con un desconocido que nada en dirección contraria por el carril situado a mi izquierda. Un par de largos más, que no se note que me ahogo tras dar cuatro brazadas. Somos tres personas nadando, un señor con bañador rojo, el desconocido y yo, que buceo pegada al suelo como un pez limpiafondos. En el agua la mente se queda en azul, ves tu sombra reflejada en el suelo, las burbujas de aire ascendiendo, los carrillos hinchados de los otros nadadores y noto las trenzas acariciandome la espalda con cada movimiento. El desconocido sale de la piscina a pulso por el bordillo y los músculos de los brazos se tensan brillantes por el sol. He perdido el control de la respiración. Un largo más. El agua de la ducha sale caliente durante los primeros tres segundos y luego un chorro frío como un témpano me obliga a correr hacia la toalla. Con los dedos aún húmedos me enciendo un cigarro y veo que el desconocido se ha tumbado boca abajo en la hierba. Cierro los ojos. Pueden haber pasado tres o cuatro minutos o toda una vida. Al girar la cabeza ya no está allí. Vuelve la hormiga, la mosca, el bicho dorado y más páginas se sueltan de mi libro. Otro momento perfecto.

viernes, 6 de agosto de 2010

Si fuera tu...

Si fuera tu hermana te diría que al final todos tenemos lo que nos merecemos, que no desistas, que eres fuerte y valiente. Si fuera tu madre te abrazaría tan fuerte que te costaría respirar y encontrarías entre mis brazos el consuelo y la desdicha, ambos fuertemente asidos y enmarañados. Si fuera tu amiga te seguiría al fin del mundo y te tendería la mano para ayudarte a levantarte, lavaría tus heridas y te mostraría los fracasos para evitarlos. Si fuera tu enemiga te ignoraría, y si insistieras, buscaría un precipio muy alto para empujarte. Si fuera tu amante el sol tendría un prohibido el paso al cielo. Si fuera tu novia te abandonaría. Si hubiese sido tu profesora en el colegio ya habría olvidado tu nombre pero recordaría alguna de tus redacciones de la EGB. Si fuera tu médico cambiaría la consulta a otra ciudad o tal vez otro país. Si fuera tu prima sólo nos veríamos en el pueblo una semana al año y te tildaría de "mi primo aburrido". Si fuera tu dueña jugaríamos a la pelota cerca de un lago y siempre tendrías las patas mojadas y llenas de barro. Si fuera tu socorrista tendrías más agua en los pulmones que aire.