lunes, 23 de agosto de 2010

Mil días

Pasaron mil días antes de que deshiciese la maleta de cuero marrón. Estaba apoyada contra la pared y tenía unos cierres metálicos de color cobre. Todos los días la miraba y postergaba la decisión de abrirla para el siguiente. No era su equipaje, no eran sus recuerdos, no era su vida la que se encontraba encerrada entre la piel y los engranajes casi oxidados del bulto que cogía polvo en la habitación. La maleta había pertenecido a otra persona, a alguien que ya nunca más podría deslizar sus dedos por la superficie suave del frontal para hacer más hueco dentro. Llevaba más de siete años sin verla y de pronto recibió una llamada que le paró de golpe la respiración.
Así fue ella, una mujer sin raíces que se fue buscando un sueño.
Hacía siete largos años que había huido de casa con esa misma bolsa debajo del brazo. Se fue sin despedirse, sin lanzar un beso al aire y sin girar la cabeza al alejarse de casa. Siete largos años en los que todos se preguntaron dónde habría ido y en los que nadie acudió en su búsqueda. Su marido se rindió, sus hijas se creyeron culpables de la decisión y sólo algunos rumores mantenían la esperanza de que siguiera viva y regresara. Nunca volvió a casa. Ninguna persona de su nueva vida fue a visitarla al hospital y murió allí sola, ante la mirada triste y desarraigada de dos de sus olvidadas hijas.
Acaricias la maleta de cuero de marrón de tu madre y sopesas las opciones: abrirla o esperar mil días más.

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