martes, 16 de marzo de 2010

Demasiado pequeña, mamá

El aire huele como olía mi primer día de colegio.
Hace sol y es septiembre, no conozco a nadie porque hace sólo unos meses que nos hemos mudado. Mi madre me lleva al colegio y me abandona en un aula llena de niños con chándals de colores y las uñas tintadas por plastilina verde. Cuelgo mi chaqueta en la pared y me siento donde me indica la profesora. Mi mochila es amarilla fosforita y de un tacto plástico. Tengo ganas de llorar y quiero irme a casa, pero sé que es demasiado tarde. A las cuatro menos diez tengo que coger la ruta pero no sé dónde cogerla, ni dónde bajarme. Soy demasiado pequeña, mamá, soy demasiado pequeña aún. Todavía no he cumplido los seis años y me tiemblan las piernas. Pienso que perderé el autobús porque me da vergüenza decirle a la profesora que tengo que irme diez minutos antes de que suene el timbre. Imagino que cuando el autobús me suelte en mi calle nadie habrá ido a recogerme y que mi casa estará vacía, que me han abandonado del todo. No puedo llorar en público, no en mi primer día.
El aire huele a macarrones con carne picada, a ceras manley, a tierra y a la hierba que rodea la fuente del patio del colegio. Huele a miedo y a esperanza, a plastilina, a papel pinocho y al primer poema que aprendí en la escuela.

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