lunes, 7 de septiembre de 2009

En tonos grises

Ni blanco ni negro. Vete tú a saber qué significa éso. Amanece y al mirar por la ventana los rayos del sol colorean la ciudad pero cuando te observo sólo hay grises, adormecimiento de mis retinas, fallos de conexión entre cerebro y sistema visual. Me lo pienso un segundo antes de tocarte, quizá tu falta de pigmentación sea contagiosa y al mirarme al espejo descubra que yo también he desteñido y mis ojos, mi piel, mis mejillas, mis labios, sean también grises. Te acercas a mi boca, me sujetas por la cintura y cierro los ojos. No quiero ver cómo mis manos cambian de gama al tocarte. La ropa que antes podía protegerme del contacto cae sobre el suelo, tus brazos me han atrapado de nuevo y aprieto los párpados. Noto tu saliva en mi cuello, cómo tus manos me recorren y me aprietan, tus dedos me acarician, me doblegan, entran, salen. El calor es rojo, el deseo es rojo, los colores pierden su importancia y sólo te quiero dentro, no existe nada más en el mundo que este espacio y este momento. Abro un poco los ojos, con miedo, preparada para ver el desvanecimiento del tono de mi cuerpo, fundida con tus grises, pero no parezco distinta. Sin embargo, las partes de tu cuerpo que me han tocado se han coloreado y con ansia te beso, te lamo, te agarro, te abrazo, para contagiarte. Ya no temo el reflejo. Me quedo dormida con tus besos, con tus palabras, en una oscuridad casi absoluta y al despertarme tu cuerpo desnudo ha vuelto a su color habitual y tiemblo al acercarme al espejo. Nada ha cambiado, suspiro aliviada, y vuelvo a tumbarme en la cama y a acariciar tu espalda, tus nalgas, tu torso, tu cara...

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