jueves, 7 de mayo de 2009

La diferencia

Hay cambios imperceptibles y cambios que marcan la diferencia.
Todo empezó hace una semana; al despertarme, noté como un leve cosquilleo subía desde la nuca hasta la frente. Fue prácticamente imperceptible debido al sopor del sueño. Al día siguiente, mientras iba a comprar el pan, escuché un pitido que vibraba en mi cabeza, primero muy bajito y luego a un volumen tan elevado que tuve que apoyarme en la pared para no perder el equilibrio. ¿Será eso que algunos llaman conciencia? ¿Por qué hasta ahora no la tenía? Me concentré para callarlo pero sólo pude reducir parcialmente el ruido. Había momentos en que desaparecía y otros en los que millones de sonidos extraños luchaban por encontrar un lugar en mi mente. Intentando ser racional busqué una explicación lógica pero no encontré ninguna que despejase todas mis dudas. Sin duda me estaba volviendo loca, completamente tarada, desquiciada, mentalmente enferma, descerebrada y sin antecedentes de esquizofrenia en la familia. Intenté combatir los murmullos durante tres días y finalmente me rendí. En ese instante comencé a escuchar. Voces, algunas conocidas, hablando todas a la vez, confundiéndose y confundiéndome, mintiendo, amando, desvelando secretos, hiriendo. Una de ellas (ésta no tenía eco) se superpuso a todas las demás: "Buenos días, hace un sol estupendo, ¿has bajado a comprar el pan o sólo a tomar un poquito el aire?" La vecina del quinto B me miraba fijamente esperando una respuesta. Iba a contestar pero escuché de nuevo su voz (esta vez con reverberación) preguntándose qué tipo de drogas consumía para haberme quedado en tan mal estado, una lástima con lo lista que parecía de pequeña, se repetía. Sus labios no se movieron pero oí claramente lo que estaba pensando. Decidí ignorar aquella reflexión desafortunada porque, ya era evidente, estaba loca. Cada vez que me cruzaba con alguien me ponía a prueba e intentaba sacar verbalmente la información que sus pensamientos me mostraban. Al quinto día después de sentir el escalofrío recorriendo el medianil de mi cabeza, ya tenía un método de actuación, una regla fija al modo cartesiano, para obtener justo lo que quería de cada persona. Podía aislar una voz y concentrarme en ella e incluso podía orientarla hacia determinados fines. En el sexto día conseguí un ascenso en el trabajo y una importante subida de sueldo gracias a mi locura o nuevo "don" del cual, hoy, no me siento especialmente orgullosa.
Esta mañana, de camino al trabajo, escuché tu voz entre la multitud de voces que rondan desde hace una semana mi cabeza. Guiada por ella cambié de autobús, recorrí tres manzanas y finalmente te encontré hojeando un libro en una tienda. Escondida en la esquina, a escasos 10 metros de tu cuerpo, me sumergí en la historia cuyas letras devoraban tus ojos, saboreando cada palabra, deteniéndome en los puntos y aparte, tomando respiración en los seguidos. Recreé el aroma del papel al pasar las páginas y la textura de las hojas al mojar levemente las yemas de los dedos. Y quise más. Esta vez sin método me adentré en tu cabeza, buscándome sin remordimientos buceé en tus pensamientos más profundos. Recorrí cada minuto de tu día, cada sensación que has tenido, incluso me atreví a escuchar tus sueños. Fui a tu ayer, a la semana pasada, a tu último cumpleaños, al día en el que nos conocimos y que recuerdo como si fuese el primero de mi vida. He escrito todo esto en un pedacito de papel. Con el corazón encogido entraré en la tienda y te diré que te quiero. Pondré mi índice sobre tus labios, meteré la nota en las páginas del libro que tienes entre las manos y daré media vuelta. Yo no estoy en ellos. Espero que este cambio marque la diferencia.

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