martes, 6 de abril de 2010

La única salida

No hay leyes fuera de los altos muros de la ciudad. Siempre decía que era preferible pedir perdón a pedir permiso. Hablaba como si no hubiese nadie más en el mundo que pudiera entenderte. Conversabaís y reías, porque te parecía curiosa la forma en la que se expresaba, caminabaís y mirabas el cielo, aunque solías andar con los ojos fijos en el camino en el resto de las ocasiones. Era como tu hermana mayor, tu mejor amiga o una eterna aliada. Aquella noche ella estaba nerviosa. Tenía las pupilas muy dilatadas y un leve temblor en la punta de los dedos. Intentaste calmarla en vano y te condujo a la puerta norte de la ciudad, donde tantas veces habiaís malgastado la tarde con secretos e historias imposibles. Respiraba hondo y con dificultad.
- No puedo pedir perdón- dijo mientras se apartaba un mechón de pelo que se había soltado de su coleta- Simplemente no puedo.
- Pero ¿has pedido permiso?- contestaste, sin saber muy bien si esas eran las palabras adecuadas.
- Tampoco.
Te guió fuera de los límites de la ciudad en silencio. El nerviosismo desapareció de sus manos y sus ojos se adaptaron a la oscuridad.
- No puedo volver- susurró.
- Ahora yo tampoco- Y caminaste siguiendo un mapa oculto en las estrellas.

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