sábado, 6 de diciembre de 2008

La espera. Un cuento antiguo.

Se miró al espejo. No tenía mala cara. Llevaba todo el día esperando que llegase ese momento, la salida del trabajo, el paseo hasta el lugar acordado, la espera. Quería ser puntual porque acostumbraba a llegar tarde y aunque aquella noche no fuese el primer encuentro, bien podría ser el último. Él se retrasaba y ella encendió el segundo cigarrillo. Miró la avenida, con sus altos edificios, y recordó cúantas veces había soñado cuando era niña con volar sobre ellos y escudriñar la vida de los vecinos. Deseaba ascender sobre el aire y desaparecer del mundo por unos minutos, olvidarse de todo y escapar. Los minutos fueron pasando y seguía inmersa en sus propios pensamientos, imaginando qué estarían haciendo los inquilinos del duodécimo piso, calculando cúantos estarían durmiendo, cúantos verían la televisión y quienes estarían haciendo el amor en esos instantes. Sonrió, sin tan sólo pudiera observarlos... Volvió a arrepentirse, como tantas otras veces, de haber quedado con él. Se sentía débil a su lado, transparente, frágil e insegura. Jamás había experimentado aquello y no terminaba de gustarle la idea. La necesidad de correr la invadió y, con ella, la de gritar. Podía dominar la situación en varios aspectos pero en el primer momento... Vio su silueta bajo los soportales y fingió no reconocerle, apartando la mirada de nuevo hacia el bloque de pisos, hacia sus sueños infantiles. Él llegó a su lado y miró distraídamente el teléfono. ¿Llego muy tarde?, murmuró, y a ella se le escapó una risa nerviosa. No podía mirarle a los ojos sin estremecerse, sin notar calor en sus mejillas y sin sentir la sangre fluyendo rápidamente por sus muñecas. Deseaba besarle, acariciar su rostro y tocar su pelo, pero se mantuvo firme en su sitio, intentando aparentar que su presencia no le incomodaba y que sus comentarios no importaban lo más mínimo. Mentía con cada gesto indiferente, con cada palabra escogida aparentemente al azar, y al mismo tiempo se desvelaba. Hasta que él la besó. El mundo se tambaleó bajo sus pies y se sintió ligeramente mareada pero todo cobró sentido de repente. Supo que aquello no iba a ningún lado, que el hecho de luchar por algo que parecía inalcanzable la había transportado a un sentimiento de ensoñación y consiguió escapar de su abrazo. Había vuelto a conseguir lo que quería: desaparecer por unos segundos de la faz de la tierra, todo lo demás carecía de sentido. Sólo deseaba volar sobre los edificios de la ciudad y observarla desnuda, bajo la luz de la luna, sin influir en su discurso, sólo contemplarla. Cuando él abrió los ojos, de ella únicamente quedaba el sabor en sus labios. A través de los cristales ella sonrió y lanzó un beso al aire, pero él ya no podía verla.

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