domingo, 9 de mayo de 2010

Naufragio

No me preguntes más por él. Hace tiempo le dejé en una balsa en mitad del oceáno y ha decidido abrazarse a las tablas en lugar de remar en dirección a tierra firme. Me embarga una estúpida sensación de preocupación y culpabilidad. Sé que está vivo, que respira, come y duerme, creo que espera que alguien le rescate. Miento, no creo, sé que espera que alguien le rescate, pero esta vez no voy a ser yo. Sueño despierta que observa un barco en la distancia y le veo agitar los brazos reclamando auxilio, imagino que se sacude la apatía y se lanza al océano en un triple salto mortal y nada junto a los delfines hasta la costa. La realidad es que ha encontrado en la madera una aliada y quizás una amante y yo me siento confusamente responsable de su destino. Vuelvo a verle y vuelve a buscar la parte desnuda de piel que deja mi vestido rodeando mi cuerpo con sus brazos, acariciando en un descuido los hombros y la espalda. "Rescátame", dice. "Salta de la balsa", respondo. Y le dejó allí solo, rodeado de agua y cruzo los dedos para que decida seguir adelante. Tal vez la corriente le empuje hasta nuevas tierras, le broten alas o unos simpáticos peces empujen su barca. Lo siento, hoy no puedo salvarte.

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