viernes, 30 de enero de 2009

Mi deuda

Estoy en deuda. La libélula late en mi piel, mensajera de cambios, ansiosa de lluvias interminables y sueños aún por cumplir. Para unos trae buena suerte, para otros desgracias, pero cada hilo de sus alas os pertenece y grita vuestros nombres . Lo compartimos todo, para eso somos como hermanos, y hemos reido, llorado, nos hemos abrazado e imaginado un mundo mejor. He ignorado conscientemente vuestros consejos una infinidad de veces, nos hemos enfadado y a veces os he arrancado algunas lágrimas. He sido Caín y, por ello, reprochada, Abel, y por ello maldecida. He sido la más santa y la más puta, la más segura y la más retraída, el bicho más raro y la persona más cuerda de la sala. Aún así, os amo, por lo que sois, por lo que soy, por lo que seremos, porque todo a vuestro lado parece posible. Si escribo que estoy en deuda es porque a veces me es imposible estar a la altura, sin duda, más de lo que merezco. La libélula podía ser caduca antes de conoceros, antes de compartir nuestras vidas. Todo lo demás parece efímero cuando noto vuestras manos en la espalda, cuando al caminar escucho detrás vuestros pasos, cuando me abrazaís y cuando encuentro consuelo en vuestras voces. Os amo con todo mi corazón y desde lo más profundo de mis entrañas.

jueves, 29 de enero de 2009

El vencedor

El vencedor fue vencido. La última batalla no fue tan dura como la primera, ni lo ojos de sus aliados tan brillantes como el día del desembarco. Se encontraba en una tierra extraña y hóstil donde la hierba era de color pajizo y el sol obligaba a entornar los ojos desde que amanecía hasta que se ocultaba en la fina línea que separaba la tierra del cielo. Estaba solo en aquel campo, y herido, con la única compañía de su espada y una fotografía en el interior de su bota izquierda. Era el único superviviente de los dos bandos, el único que había logrado mantenerse en pie porque luchaba por un motivo real y tangible: volver a casa. Pero pasaron los meses, luego los años y el héroe de guerra fue perdiendo las esperanzas que le habían llevado tan lejos del hogar. El vencedor fue vencido y a nadie le importó que fuese el único cadáver sobre la hierba pajiza que mantenía los ojos clavados en el cielo.

lunes, 19 de enero de 2009

Crack

Me levanto de la cama y suena un chasquido bajo mi piel. Crack. Los brazos están en su lugar, las piernas responden a los estímulos enviados por el cerebro, me palpo para buscar el origen del sonido y nada. Camino despacito, con mucho cuidado y algo tintinea dentro, más rápido si acelero el ritmo, lento si empiezo a detenerme. Me paro. Dejo de sonar. El crujido me es familiar, sé que lo he escuchado antes en algún lugar pero no recuerdo dónde. Frente al espejo me observo con detenimiento y todo parece correcto, dos ojos, una naríz, cuatro extremidades, diez dedos en las manos y diez en los pies. Y al girarme, otra vez crack. Empiezo a pensar que tal vez no sea visible, puede estar ahí dentro, en algún lugar de mi cuerpo que desconozco. Continúo la búsqueda, esta vez con más atención, tengo pulso, me late el corazón, respiro así que los pulmones funcionan, ... Intento no escucharme, me ducho, me visto, salgo a la calle y nadie me mira de un modo raro por lo que supongo que sólo yo puedo oirlo. ¿Seré un autómata que necesita una puesta a punto? ¿Me sentaría mal algo de lo que comí anoche? Pero no me duele nada y no me cuesta moverme, sólo es ese incómodo sonido que empieza a perforar mis tímpanos. ¿Estaré rota? Y recuerdo por qué me era ligeramente familiar. Definitivamente estoy rota, pero todavía no hay dolor. Quiero que acabe el día para ver si mañana puedo sentir algo conocido que me reconforte. Necesito lágrimas, rabia, tristeza y luego culpa, amor y esperanza. No pienses que no te avisé, ya sabías que era una marioneta rota, lo que quieras que signifique eso.