miércoles, 22 de septiembre de 2010

El huevo o la gallina

Tal vez sea la intemporalidad de los gustos, ese extraño perfil que me atrapa sin querelo. Levanto la vista y te acercas, el pulso late apresuradamente. Se me pierden las palabras mientras pienso en algo inteligente que escupirte, porque no puedo hablarte si me miras, ni observarte más allá del rabillo del ojo, ni ponerte ojos de oveja modorra. Sólo escupir monosílabos, rozar tus dedos al extender el mechero, meter tripa y sacar pecho al cruzarnos por la calle. Mentalmente repito tu nombre que rima con demasiados adjetivos y con muy pocos nombres propios. Te llamas como mi primer novio que cerró mi tienda de campaña con pinzas de ropa para que no se me colara el agua dentro. Como ése que al cogerme la mano me hizo vibrar y sonreir, sonreir y soñar, soñar y recordar su nombre y apellidos veinte años después. Huevo o gallina, tu nombre o tu forma de caminar, de pasar las páginas de tus libros en los bancos del parque.

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