jueves, 3 de junio de 2010

El espía

Carlos era un chico normal, completamente anodino. Castaño, de ojos marrones, de complexión media, estatura normal, con las típicas aspiraciones de un hombre español: independizarse a los 18 años, encontrar a la mujer de su vida después de haber errado al menos una docena de veces, comprarse una casa por debajo del valor del mercado, tener un trabajo fácil e interesante y, tal vez, tener uno o dos hijos. Carlos era aburrido la mayor parte del tiempo. Había días en los que se levantaba sin ganas de hacer nada y se dedicaba a meditar y mirar a través de las ventanas de casa de sus padres. Sí, seguía viviendo con ellos y ya casi rondaba los 30. Estaba en paro, así que de trabajo interesante nada de nada. Con respecto a la idea de comprarse una vivienda... sin trabajo y con unos ahorros medios de 1o euros al mes lo tenía bastante complicado. De este modo, había días en los que la apatía, la desidia o simplemente el hastío le obligaban a permanecer mudo para el mundo, y se veía asímismo como un observador que realiza un estudio para gente más interesante, más inteligente y mucho más rica que él. El principal problema de Carlos era que no tenía ningún problema, así se lo decía Blanca, su mejor amiga, pero lo hacía siempre de un modo mucho más destructivo y complejo. Blanca no era lo que se dice una persona típica, lo analizaba todo y encontraba explicaciones retorcidas a historias simples sin recovecos.
- Tienes que buscarte un pasatiempo, Carlos, algo que llene tu vida de nuevas emociones- decía Blanca.
Y eso es justo lo que hizo Carlos, buscarse una actividad con la que pasar el rato. Decidió hacerse espía y empezó a investigar a la gente que tenía más a mano: a sus vecinos. Le llevó dos meses descubrir que la hija de la vecina del 6ºD se veía a hurtadillas con la del 2ºA y que se lo montaban en el cuarto de ascensores todos los miércoles a las seis de la tarde. Dejó los devaneos lésbicos de las dos adolescentes para descubrir por qué la señora del 4ºC se arreglaba tanto cuando su marido tenía viajes de negocios, y ésto para saber la razón por la que el señor García, del 3ºB, había vendido su coche y su segunda vivienda en menos de tres meses.
Carlos se consideraba un espía estupendo, un observador innato, con unas dotes sobrehumanas para la captación de pruebas y la recolección de cualquier cosa que al resto del mundo pudiera pasarle desapercibido.
Un miércoles por la tarde, a eso de las 18:15 horas, Carlos estaba investigando a la vecina del 2ºC del bloque de enfrente cuando se dio cuenta de que le estaban mirando. Aquella muchacha, que debía tener uno o dos años menos que él, se encontraba escondida detrás de unos matorrales y le miraba directamente. Sí, era a él. Al verse sorprendida, saltó a la zona adoquinada y fingió que estaba buscando algo entre los setos. El observador estaba siendo observado. Carlos no podía creérselo, no sólo había otra persona que se dedicaba de forma no profesional a lo mismo que él, sino que además era mucho mejor.
Empezó a seguirla asiduamente, unas cuatro horas al día. Iba con ella (en la distancia) a hacer la compra, bajaban juntos a la piscina (ella prefería el sol y él la sombra de un árbol), salían por los mismos bares (Carlos empezó a trabajar en la cervecería a la que ella acudía todos los viernes) y no había día en que no tropezaran "casualmente" por la calle.
La chica empezaba a pensar que los frecuentes contactos visuales con Carlos no eran cosa del azar o del destino. Desde hace un par de meses se lo encontraba en los lugares más disparatados y le había pillado observándola desde detrás de las estanterías de la leche en el supermercado. ¿Por qué razón la perseguía? Porque ella tenía muy claros sus motivos: le encantaban sus ojos marrones, completamente normales, la forma que tenía de caminar despreocupada y sin prisas, los libros que leía en los bancos del parque y que ella trataba de adivinar a través de los colores y letras de las tapas, le gustaba su forma de vestir, su voz, su estatura media y su corte de pelo. Para ella, Carlos no era un chico normal, era el ser humano más especial con el que se había topado.

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