jueves, 26 de febrero de 2009

El sol de febrero

Si se conjuraran Júpiter con Saturno, cayese una estrella fugaz y se alineasen el resto de los planetas seguramente no pasaría nada. Suspiró profundamente mientras los pensamientos orbitaban alrededor de su cabeza.
Llegaba tarde y sus pasos eran más grandes que de costumbre, las calles iban quedándose atrás y el sonido de sus botas en el asfalto se confundían con las voces de los transeúntes. El mundo parecía moverse a distinta velocidad, a veces más rápido, otras como a cámara lenta. El sol de febrero iluminaba su rostro. Era cálido pero con un corazón helado y templaba las semillas que darían fruto en primavera, daba ilusiones a quiénes creían no tenerlas y llenaba de vida la ciudad dormida. Sintió una mirada al aproximarse a su destino. No reconoció a aquel chico que la observaba en la distancia, jamás le había visto y, seguramente, jamás le volvería a ver. Repasó mentalmente las veces que se había quedado absorta mirando algo que luego había resultado ser alguien, pero sus ojos la atravesaban, de arriba a abajo, reteniendo en la memoria cada detalle de su pelo y de su ropa. Estaba ligeramente incómoda y le miró para que notase que se había percatado del gesto. La sonrió y siguió allí parado, en la calle, regalándola una mirada parda semioculta tras unas pestañas negras larguísimas. ¿Has notado eso? estuvo tentada de preguntarle cuando un escalofrío recorrió su cuerpo al rozar su brazo. Sonrió y tres asteroides salieron disparados de su cabeza. Hacía un día precioso y la primavera empezaba a olerse en el aire.

miércoles, 4 de febrero de 2009

La verdadera historia

En mi más tierna infancia mi madre y mis tías me contaron una historia familiar. Era triste pero bonita, y como la fechas parecían coincidir crecí creyéndola a pies juntillas. Cuando mis hermanos me preguntaban sobre nuestro origen yo repetía las mismas palabras, añadiendo algunas imágenes que había recreado en mi cabeza, deteniéndome en los hechos y justificando a cada personaje del cuento como si les hubiera conocido y, por ello, les comprendiera. Años más tarde conocí la verdadera historia, mucho más cruel e injusta, y encontré explicaciones a lo que antes parecía cosa del destino. El por qué de sus manos, su forma de querer, la razón de sus pensamientos, su protección permanente, la obsesión por los olores, ... Ahora todo tiene su sentido y sin embargo, la verdadera historia lo cambia todo y no cambia absolutamente nada. Por ésto nos debemos a nuestro pasado, a nuestro presente y sobre todo a la manera en que afrontamos el futuro.